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Locales y emprendedores

Pan de Garage: la evolución

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Visitamos Pan de Garage por primera vez en 2021, cuando el emprendimiento estaba dando sus primeros pasos y atendía en un garage (claro) en calle 19 de Mayo. Pero este año la panadería que ha elevado la vara en la ciudad, se mudó. Desde comienzos del otoño reciben a sus clientes en un hermoso local ubicado en Lavalle 521, casi esquina Corrientes

Esta vez conversamos con Julián y también con Lucía, su hermana, que se sumó al emprendimiento para colaborar en esta nueva etapa. Somos cuatro en la cocina, dos atendiendo, María que nos ayuda a limpiar y Matías, el fotógrafo, que es prácticamente uno más, dice Julián. Lucía detalla que la mañana está a cargo Sebastián, que entra a las 4 am con Nico para comenzar con la producción del día. Julián es, además del creador, el encargado de la tarde y trabaja junto con Tobías. La encargada de la atención al cliente, compras y proveedores es Lucía, y también en el mostrador está Mica.

Yo quería hacer sanguchitos y Lucía quería vender flores, dice Julián, así que ahora ofrecemos esas dos cosas como parte de la propuesta. Es que Pan de Garage es el emprendimiento que Juli y Lucía sueñan y concretan día a día. En este local se produce todo lo que había en el garage y además han podido incorporar otras propuestas. Pero, sobre todo, han podido regularizar la producción de todo lo que venían haciendo. 

Lo que charlamos todos los días es cómo perfeccionar lo que hacemos, dice Lucía. Queremos devolverle a la gente la confianza y el apoyo. Por eso hacemos los eventos de los sábados, por eso no especulamos con los precios, por eso mantenemos la baguette a $150 desde hace dos años… porque queremos hacerle un mimo al cliente

Por eso le estamos metiendo también a la capacitación, agrega Julián. Vino la gente de Atelier Fuerza a capacitarnos y nos ayudó un montón, además de sorprenderse por cómo estábamos organizados y trabajando. Gracias a ellos empezamos a ver la panadería desde otro lado, estamos mucho más cómodos. La capacitación la viven como una inversión necesaria y diferencial, por lo que a los pocos días de esta nota Juli viajaba a Buenos Aires para seguir formándose en uno de sus fuertes, el croissant. 

La esencia del garage sigue intacta, dicen con orgullo. La cocina a la vista, la excelencia y la calidad de la materia prima son los pilares que se han transformado en la marca registrada del lugar. A mí me dicen que soy buena vendedora, pero lo que me pasa es que estoy muy orgullosa del producto que hacen ellos, que son pibes jóvenes, que laburan un montón, súper responsables, hiper comprometidos, dice Lucía. Más adelante se emocionará como hermana mayor al hacer el racconto del recorrido de Juli, el menor de la familia, desde que comenzó su idea del garage: en un momento en el que las cosas no están fáciles, verlos apostar por esto con el compromiso que lo hacen, con el respeto que se tratan y que tratan al trabajo, es impresionante

Hemos crecido mucho, hoy podemos entender mucho mejor cómo funcionan las variables y cómo impactan en el producto. Es un producto en el que cualquier cambio mínimo modifica el resultado. Hoy lo tenemos más claro, es divertido porque ahora sabemos cuál es la solución al problema, cuenta Juli. 

A todos nos gusta la gastronomía y acá trabajamos muy cómodos porque sabemos que lo que estamos vendiendo es del día, de calidad, con las materias prima que te decimos, dice Lucía. Claro que no todo es color de rosas: el día que abrimos fue cuando empezó la guerra en Ucrania y la harina nos aumentó un 90%, dice Julián. Pero la pasión gana, el empuje gana y renueva el entusiasmo para seguir creando. 

La propuesta de Pan de Garage ha crecido y está cada vez más interesante: ir con tiempo de charlar, de preguntar y de observar el trabajo de la cocina, es una experiencia imperdible. La vereda está dispuesta para recibir al cliente, con mesitas y solcito. 

Para agosto esperan organizar un evento por el día de la niñez, por lo que es importante quedarse atentos a sus redes. A los panificados de siempre han agregado también pastelería, café y un nuevo producto estrella: los alfajores de maicena de la mamá de Juli y Lucía. Costó convencerla, pero finalmente lograron que se animara a hacerlos y ya son un éxito. 

Lucía y Julián hablan con pasión. Parece que están hace años en ese local, aunque no van más de un cuatrimestre. Pero el tiempo tiene otra dimensión en esa cocina, que está de 4 a 20 con los hornos prendidos y en la que el equipo no para nunca. La panadería está abierta de martes a sábado, desde las 10. Volveremos, una y otra vez, a seguir conociendo y probando las delicias de este espacio del cual los bahienses podemos estar orgullosos.

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Emprendedores

El Rancho de Elcira

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¿Cuántas historias entran en una sola vida? Pues debe ser una pregunta que ha desvelado a más de un narrador y, en este caso, a un humilde narrador de historias gastronómicas. ¿Se puede, en lo que dura una vida, nacer en Uruguay, casarse, migrar a Argentina, tener hijos, enviudar, volver a tierras charrúas, formarse como diseñadora de modas, levantar una gran empresa textil de más de 80 empleados, fundirse en tiempos neoliberales, ser platera, volver a Argentina, tomarse un tiempo sabático para, al fin, buscar “el lugar donde pasar mi ancianidad”? Parece que sí se puede, si sos Elcira Colombo.

Elcira protagoniza toda la enumeración que escribimos en esa pregunta eterna. Es una pregunta porque, en el fondo, la intriga es qué características tiene alguien que es capaz de todo eso. Qué niveles de esperanza, resiliencia, capacidad de trabajo y visión debe tener alguien que, a lo largo de más de 60 años, llevó adelante una vida con la intensidad que estamos a punto de conocer. ¡Ah! Porque lo narrado hasta aquí es solo el prólogo de lo que nos convocó a estas líneas.

Estamos hablando de Elcira porque queremos contar la historia de El Rancho, un restaurante tipo bodegón que se encuentra a unos pocos kilómetros de Bahía, en la localidad de Argerich. “Empecé cocinando para amigos en casa y me empezaron a insistir que abriera al público”, cuenta. Qué sería de nosotros sin esas felices insistencias de nuestros amigos. Esos que nos animan a dar un poquito más, a animarnos al siguiente paso.

Su epifanía gastronómica le llegó una noche, mirando la salamandra de su casa. “Hice un pan —cuenta— y lo puse en el piso de la salamandra. Y mientras lo iba viendo crecer, maravillada, se me generó algo interior difícil de explicar. Desde ahí, me enamoré de la gastronomía”. Más de un lector podrá sentirse identificado con esa sensación única de ver crecer un pan mientras se hornea. En el caso de Elcira, esa sensación la atravesó y la trajo hasta aquí, hasta este espacio “que está en el medio de la nada, digámoslo”, y que fue construido como si fuera el vivo reflejo de todo lo que ella es.

La construcción, por ejemplo, está premiada por el Banco Interamericano de Desarrollo. Porque es una construcción sustentable, hecha en base a una técnica que Elcira aprendió en un taller que dieron en Algarrobo, basada en fardos de pasturas. A la propuesta de El Rancho se le sumó, recientemente, un hostel que Elcira bautizó el “dormisiesta”. “Es que los clientes, cuando terminaban de comer, me pedían un espacio para dormir la siesta. Entonces convertí ese lugar, que era mi viejo salón de venta de tejidos, en un hostel que ya este verano tuvo muchísimo movimiento”.

Pero volvamos a la cocina. “Yo le debo mucho a los motoqueros de la zona”, dice Elcira. Es que hubo un tiempo en el que, luego de la insistencia de muchos vecinos (intendente incluido), Elcira habilitó el restaurante. Habilitó, pero no abrió. “Estuve como un año sin abrir, no me animaba”. Cuando finalmente se animó, “estuve un mes caminando sola por las paredes; solo hacía engordar a mi perro”. Los peores miedos se hacían realidad: había preparado el lugar, se había animado y había abierto, para que nadie entrara a comer. “Pero un día llegó un motoquero de Bahía y me dijo que necesitaba un lugar para que almuercen 60 personas”. Organizaron el evento, fue todo un éxito y, en sus propias palabras, “desde ese día no paré más”.

Hoy El Rancho abre de jueves a domingo, al mediodía. Recomiendan reservar, aunque si estás en ruta y llegás a almorzar, seguramente harán lo imposible por atenderte. “El plato que siempre debo tener son los ñoquis rellenos de jamón y queso”. Cuenta que esto se debe a la cantidad de visualizaciones que tiene en Maps la foto que un comensal subió una vez que los probó: “yo te voy a hacer famosa”, le aseguró. Pero además de los ñoquis, Elcira ofrece siempre su tapa de asado braseada (“que aprendí a hacer viajando por la mítica Ruta 66 de Estados Unidos”), pamplona (un plato uruguayo de carne rellena), ravioles de verdura, tallarines a la manteca trufada y opciones de cordero, entre otros. Es que El Rancho no se maneja con carta: “acá tenés que confiar”, dice Elcira. Y vaya que vale la pena confiar.

Cuando fuimos con elpancito, y luego de conocer la historia del lugar, comenzamos a probar. Hay que destacar que todo lo que probamos es casero, desde el pan hasta la última cucharada de postre. Para empezar, nos trajeron dos entradas que estaban buenísimas: unas empanaditas agridulces con salsa de choclo y unas bruschettas con jamón crudo. De platos, como éramos tres, pedimos la pamplona, la tapa de asado y el cordero al vino blanco. Todo estaba exquisito. Sin dudas, la tapa es la opción indispensable si es que acaso pensás ir una única vez (spoiler: vas a querer ir muchas más veces). Para el momento de pedir los postres ya habíamos entendido por qué la gente le pidió un lugar para dormir la siesta, pero igual nos animamos: si algo no puede fallar en un bodegón es el flan, y el de Elcira es excelente. Con crema y dulce, como corresponde, corona el almuerzo al mejor nivel. También probamos la crema catalana y nos quedó pendiente —pues no consiguió materia prima a la altura de sus exigencias— la pera al café, que volveremos a probar en otra ocasión.

El ambiente, familiar y campestre, genera un microclima de bienestar y cariño que pocos sitios de comida pueden ostentar. Elcira se va acercando a cada mesa a conversar y a saber cómo va todo. A la mayoría de los comensales los conoce, son del pueblo o fueron específicamente hasta allí en reiteradas oportunidades. El café, en El Rancho, se lo sirve cada uno de una mesita central que tiene todos los elementos necesarios para cerrar el almuerzo.

Elcira reconoce que El Rancho le quita el sueño: “todavía no creo que me salga buena la comida; yo no duermo, de noche cocino en mi cabeza. Sueño con que se me quema la comida, con que llega gente y no tengo suficiente… no paro”. Esta obsesión, que ya hemos visto en otros cocineros que hemos entrevistado en elpancito, parece ser parte del secreto (y quizás un poco la maldición) de todos aquellos que buscan y logran la excelencia en lo que hacen. “Es que es cosa seria darte de comer”, dice Elcira. Y eso es lo que ella hizo: nos dio de comer. Sin chamuyo, sin mandar fruta, sin meter empanadas en frascos: nos dio de comer rico, abundante y casero. “Yo los quiero agasajar. Si vinieron hasta acá, si viajaron desde Bahía, desde Río Colorado o desde acá mismo, pero eligieron venir hasta acá, lo mínimo que puedo hacer es agasajarte, agradecerte”, remata. Y en estos tiempos, en los que en más de un lugar parece que te están haciendo el favor de atenderte, esa actitud de Elcira se destaca y mucho.

Decíamos al principio que la historia de El Rancho y su dueña, Elcira Colombo, es larga y ardua. “Tuve momentos muy difíciles. Compré (terreno) acá porque no podía comprar en otro lado. Trabajé mucho para volver a levantarme, juntaba puertas y ventanas con mi Duna viejo para poder ir haciendo mi propio lugar acá”, cuenta orgullosa y sin romantizar aquello de las mil vidas. “Pero acá encontré la paz. Necesitaba vivir tranquila”.

Esa paz, esa tranquilidad mental, la pudo transformar en energía que crea cosas buenas. El Rancho es un gran ejemplo, pero no el único. Elcira también es una de las fundadoras de la Fiesta Provincial del Budín Artesanal, que nació gracias a una receta familiar que ella recrea en el restaurante. Esa Fiesta, a la que en la última edición asistieron más de 5000 personas, tendrá su versión 2024 en octubre, y obviamente con elpancito estaremos allí para contar todo lo que se genere.

Elcira es de esas personas que tienen que existir. Esos ejes alrededor de los cuales se configuran cosas no solo positivas, sino además multiplicadoras. La vida le ha dado sabiduría que, sin dudas, ha sabido capitalizar. El Rancho, como reflejo de su vida, es para todos sus comensales un bálsamo que bien vale la prueba. 

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Emprendedores

Suriana: Comida árabe

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La escena es recurrente: salís de trabajar, de haber hecho ejercicio o de cualquier otro plan que hace que llegues tarde y cansado a tu casa. Habitualmente, eso lleva a no tener ganas de cocinar y esto ocurre más de una vez a la semana. En esos momentos aparecen las rotiserías o restaurantes que te solucionan el problema. Pero claro, a veces uno no quiere una tortilla de papas o un plato de fideos… querés probar algo nuevo. Y ahí es donde aparece, como opción muy viable, Suriana. Un local de comida árabe, que con menos de un año en la ciudad ya está dando que hablar.

Suriana abrió el 24 de enero del 2023 y se ubica en Perú 29 . El lugar es cálido,  con dos vitrinas a los costados y un mostrador en el medio. De un lado vas a encontrar lo salado y del otro, las propuestas dulces. En ambos lados, tu atención va a ser captada por formas en los alimentos que nunca viste y nombres difíciles de pronunciar, como kepi, baklawa, warak enab, y si bien te podés equivocar con el nombre, ellos no fallan. El menú se compone enteramente de comida árabe, dentro de las cuales tiene propuestas veganas y vegetarianas.

Haikel Halak, con tan solo 23 años, es quien lleva adelante esta propuesta innovadora. Haikel nació en Siria, pero la situación allá es muy complicada debido al largo conflicto bélico que azota al país desde 2010. Esto llevó a que él, junto con su familia, decidiera irse de su país. Lo cierto es que no era Argentina su primera opción. Probaron con España, Italia, Portugal, pero finalmente nuestro país fue el único que los recibió  “me hicieron como 15 entrevistas, con psicólogos y traductores”, cuenta. Llegó a Buenos Aires y al tiempo se fue a Córdoba, donde unos conocidos lo alojaron. Pero tuvo que irse y, como “la señora que me ayudó  a venir a la Argentina, vive acá en Bahía Blanca”, terminó en nuestros pagos.

Cuando ya estaba instalado en la ciudad y mientras estudiaba Administración Financiera, Haikel buscó la forma de generar ingresos: “trabajé en la Sociedad Cultural Sirio Argentina, cortando pasto, en el Mc Donald´s y antes del local cocinaba en mi casa”, dice. Se metió en la gran cadena de comidas rápidas porque quería “ver cómo se manejaba el mejor restaurante de Argentina”.

La idea de abrir un restaurante de comida árabe se le había ocurrido hace mucho tiempo, y hasta incluso tenía el capital para hacerlo: “cuando mi viejo vendió todo allá, vino con recursos para hacer la inversión”. Pero había un problema: “¿cómo vamos a abrir un local si ni siquiera hablamos español?”. Las diversas experiencias laborales, el estudio y el caminar por la calle hicieron que Haikel aprendiera español. Pero ahora que tenía el idioma, el tiempo había pasado y la familia había utilizado el dinero para subsistir en el día a día.

“Para abrir tu propio restaurante hacen falta tres cosas”, asegura Haikel: “plata, organización y trabajo”. En ese momento, él estaba trabajando en un local de comidas rápidas, por lo que ya tenía un punto a favor: conocía el trabajo. Entonces solo quedaba la organización y el dinero. Luego de organizarse, contactó a un par de amigos que viven afuera para pedirles financiación y pudo dar forma a su proyecto.

Se le ocurrió abrir un local de comida árabe por la escasez de esta propuesta en la ciudad: “una comida nueva en el mercado va a traer muchas ventas”, pensó. No se equivocaba. A solo un mes y medio de abrir, pudo devolver toda la inversión que había pedido prestada. Y es que Suriana ofrece la típica comida árabe que destaca en sus fuertes sabores, las salsas que acompañan siempre con frescura y un dulzor sin igual que pinta el paladar con sólo un mordisco. “Empecé a traer los condimentos de Turquía”, cuenta Haikel haciendo alusión a que esa es la manera de distinguirse del resto de las propuestas. Junto con el pan, son los elementos esenciales para abrir su cocina. La comida árabe se destaca por sus condimentos y su intenso sabor: “los condimentos de acá son distintos, tienen el mismo nombre pero diferente sabor”. Si bien no consume mucha comida árabe porque ya está cansado (y sí, en casa de herrero…), dice que cuando lo hace, se transporta a su país natal: “uy, este olor, me acuerdo cuando venía de la escuela…”.

Haikel nos recomienda tres cosas que hay que probar sí o sí en Suriana: fatay (una especie de empanada árabe), hojas de parras (los famosos niños envueltos) y kebkubi, hecho con masa de trigo burgol y relleno de carne. Definitivamente, son sabores nuevos que no se van a arrepentir de haber probado. Si preferís lo dulce, también tenés varias opciones, entre las que nosotros te recomendamos el baklawa, que es una masa filo rellena de crema de leche con pistachos.

Haikel y su familia cargan una historia muy emotiva, que los motiva para sacar adelante su restaurante. Innovando con propuestas gastronómicas y recibiéndote de manera amigable, logran llenar tu estómago y tu corazón. Tienen en mente la posibilidad de abrir una nueva sucursal, pero tiempo al tiempo. Mientras tanto, nosotros seguiremos pasando para salvar nuestras comidas o, simplemente, para darnos un gusto.

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Emprendedores

Un gastronómico “Salvaje”

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Fran Giambartolomei nos recibe en su casa. En su patio, para ser más exactos. Patio que, a la vez, es la cuna de su marca y de uno de sus emprendimientos: Fogón Salvaje. El Fogón consiste en recibir y reunir, en un espacio informal, a grupos de amigos y compañeros de trabajo que tengan ganas de encontrarse alrededor de la buena comida. El ahumador es protagonista de la escena, pero también está la parrilla, el horno de barro y la barra. Todo, en un contexto hogareño, desestructurado y que invita 100% a pasarla bien. 

Este emprendimiento es prepandémico y, como todo lo prepandémico, se vio afectado/puesto-patas-para-arriba por la cuarentena. Alrededor de ese tiempo, Fran se empezó a interesar —y luego fanatizar— por el mundo de las hamburguesas. Pero la historia empieza antes…

“En 2013 abrimos Mundo Salad con Juano, que hoy es uno de mis mejores amigos”, dice Fran. Cuenta que el local que hoy es referente en el mundo de las ensaladas y alimentos saludables listos para consumir, surgió luego de un viaje a Méjico, “en el que vimos el modelo de salad bar”. Como en Argentina aún no había nada parecido, fueron hasta Paraguay (“en auto, una locura”) para conocer el local más cercano. “Pegamos buena onda con el dueño, nos trajimos un montón de ideas y abrimos acá en Bahía”. Hoy Mundo Salad sigue siendo un emprendimiento de la familia, a cargo de Abigail, pareja de Fran.  

En la pandemia, entonces, con Fogón Salvaje sin poder operar y Mundo Salad limitado solo al delivery, Fran empezó a interesarse por el mundo de las hamburguesas. “Me encontré con el canal BurgerKid en YouTube, me hice fanático y empecé a probar”. Y el tema está en que, cuando Fran se hace fanático de algo, “no paro hasta encontrar la versión que me vuele la cabeza”.

Así fue: luego de más de 200000 pruebas (sic), y siguiendo los tips que iba grabando en su mente, llegó un día en el que hizo una hamburguesa (pan casero incluido) “y flasheé, porque nunca había comido una hamburguesa así, con un pan bien nube, un medallón que se desarmaba, una mordida genial… me tengo filmado diciendo ‘no puedo creer lo que es esto’”.

Ese momento de apoteosis fue el dia 0 de lo que hoy es Salvaje, una hamburguesería que marcó una inflexión en la escena gastronómica local. “Pregunté en mis redes si comprarían algo así y empezamos a vender desde casa, de a 30, 50 pedidos por día”, cuenta Fran. El propio crecimiento los llevaría a mudarse, primero y brevemente a la cocina de Mundo Salad, para luego desembarcar definitivamente en Gorriti 85, en ese hermoso local que rebalsa de cultura hamburguesera. 

La sensación, al hablar con Fran, es de estar frente a alguien que está en la búsqueda permanente. Inquieto y apasionado, ha recorrido también un camino muy propio en el que busca equilibrar el éxito comercial con lo que no está dispuesto a sacrificar: “busco cosas nuevas, que en general parten de intereses propios, pero luego se concilian también con las necesidades del mercado. Pero en ese recorrido, quiero que el producto siga siendo lo más casero posible, a la vez que replicable para poder comercializarlo”. Ese balance, ese movimiento permanente, parece ser un proceso virtuoso que genera resultados notables como son Fogón Salvaje, Mundo Salad y Salvaje, y los productos que cada uno de estos emprendimientos ofrece. 

“Yo estoy en el desarrollo de productos y también en el marketing, con la cabeza más puesta en Salvaje, mientra que Abi está más en Mundo Salad”, cuenta. La calidad de los productos es clave: “en Salvaje, la carne y el pan no te pueden fallar, porque la hamburguesa es un producto de ingredientes simples; si te fallan esos dos, perdés”. Resalta, además, la importancia de ser conscientes de la estacionalidad de los productos para ofrecer lo mejor que tiene cada época. Entre sus proveedores, destaca otro indispensable de la hamburguesa (la panceta), que la trae desde las Dinas, en Tandil. Sobre ellos, dice que “es la mejor de Argentina y la tenemos acá nomás”. 

Reconoce, Fran, que nunca fue una decisión consciente el dedicarse a la gastronomía. Fue fluyendo por ese lado, disfrutando y probando. Amante de los fuegos y de la cocina al aire libre, encontramos en esta nota a alguien que sin dudas seguirá marcando tendencia en la oferta gastronómica de Bahía: la pasión, el profesionalismo y el amor con el que encara sus emprendimientos, son ingredientes que auguran un futuro de crecimiento del cual seguramente todos los comensales de la ciudad nos beneficiaremos.

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