Atilio Focaccería

Por Diego García.
Publicación: octubre 20, 2025.

Tiempo de lectura: 4 minutos

Que Bahía tenga una focaccería es, de por sí, una buena noticia. Qué fruta noble, la focaccia. Para quien no tenga el gusto de conocerla, hablamos de una pieza de panadería italiana súper sabrosa y alveolada, gracias al aceite de oliva, la sal y la fermentación lenta. Se suele hornear en una bandeja completa en donde se estira la masa y se la deja descansar para el último leudado. Justo antes de que entre al horno, el chef pone dedos en la masa para hacerle muchos huequitos que luego rebosarán de una buena dosis de oliva y una buena lluvia de sal gruesa. A partir de ahí, la creatividad e imaginación del cocinero hacen lo suyo para llenar de sabor esa parte superior de la focaccia. La tradición pide un poco de romero y ya es suficiente. Pero se puede usar cebolla, papa, tomate, tomillo, hongos… en fin, sabemos lo que pasa con los gustos y lo que está o no escrito. “Me encanta la textura y el sabor de la focaccia, y el procedimiento me parece mágico”, nos dice Yuri comenzando la charla. Esa focaccia, con tonos mágicos, se convierte en pan de sandwich para hacer, justamente, los sandwiches de focaccia que nos convocan hoy.

Y que una focaccería bahiense nazca en el Barrio Noroeste tiene, simplemente muchísimo sentido. Allí vivió Atilio, el abuelo genovés de Yuri. Este último es quien dio vida a la Foaccería que lleva el nombre de su nonno. Como Atilio, en el noro vivieron (y viven) centenares de inmigrantes italianos que adoptaron el barrio de los talleres del ferrocarril como propio, plantaron el limonero y la parra bajo la cual, domingo a domingo, la mesa larga recibía la pasta para disfrute de toda la familia. “Hace poco tuve un accidente que me dejó inmovilizado un buen tiempo, en el que me puse a pensar en mis orígenes y así nació este emprendimiento”, cuenta Yuri. La focaccia, de origen genovés como Atilio, se convirtió en la síntesis perfecta que impulsó a su nieto a esta aventura.

“Mi abuelo tenía esto bien tano, del compartir, de tener la huerta en la casa y repartir a los vecinos, de invitar a comer… por eso la idea de nuestros sandwiches de focaccia es que se puedan compartir”, dice Yuri al enfatizar el carácter abundante de su propuesta. El imperdible de esta foaccería es el clásico, que acá se llama Prosciutto Ferroviario, con jamón crudo, rúcula, queso, oliva y pimienta. Lo probamos y damos fe: es imperdible. Pero la carta también trae otros nombres que, como solemos decir, valen la prueba: Carne Sestri, Mortadela Noroeste y Capresse Atilio. Los detalles de cada uno están disponibles en el instagram del emprendimiento, que obviamente recomendamos seguir.

“Una buena focaccia tiene que tener humedad y crocantez”, asegura Yuri. Hoy por hoy la Foacciería Atilio atiende al mediodía, solo por pedido, con una producción diaria de una veintena de sándwiches. Lo artesanal siempre suma. La zona de entrega es la delimitada por Don Bosco, Brasil, el Canal Napostá y Unidano. El sueño es un local de sándwich de focaccia al paso, en el barrio, para que todo aquel que esté antojado de esta pieza, la pueda encontrar fácil. 

El concepto de la Focaccería está pensado hasta el último detalle. Desde la historia que la sustenta hasta la gráfica del emprendimiento, la selección de los sabores y los nombres, todo busca representar a Atilio, la tradición italiana y la huella que su gastronomía dejó marcada en la cultura argentina para siempre. “Sabor de barrio”, dice el slogan de la Focaccería Atilio, y eso es lo que transmite, porción a porción, cada uno de sus sándwiches.

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Por Diego García.
Publicación: noviembre 6, 2025.

Tiempo de lectura: 5 minutos

Un local nombrado en honor a su producto estrella. Un producto con más de 190 años de historia. Mística por el secreto de su receta. 30.000 unidades diarias. Un único punto de venta. Una empresa familiar, con más de 200 empleados dedicados a ofrecer, día a día, la delicia lisboeta por excelencia. Les damos la bienvenida a Pastéis de Belém.

El pastel de Belén es un dulce portugués que consiste en una canastita de hojaldre finísimo, relleno de una crema pastelera y, según indica la tradición, espolvoreado con canela justo antes de comerlo. El original es este y es una marca registrada de este sitio que comenzó a venderlo allá por 1837. Cuenta la historia que la receta nace en el monasterio de la orden de los jerónimos, Santa María de Belén, vecino de la pastelería. En el contexto de la revolución portuguesa de 1820 que puso fin a la monarquía absoluta de este país, el monasterio cerró. El panadero de los monjes, ahora sin trabajo, vendió entonces su receta de los pasteles a Domingo Rafael Alves, comerciante del barrio vinculado con la caña de azúcar. Desde entonces, sobre la receta impera un celoso secreto. “Solo cuatro personas la conocen”, nos asegura Fedra, nuestra anfitriona y supervisora del lugar. 

El proceso de traspaso de la receta, nos dice, se da muy progresivamente a cocineros expertos de la pastelería, a medida que quienes tienen la fórmula van dejando de trabajar. Con esa receta, Pasteis de Belém cocina día a día entre 25 y 30 mil unidades. El récord, nos cuenta Fedra, fue un día que alcanzaron los 58.000 pastelitos. La producción es artesanal, y de eso se ocupa un grupo de unas 25 mujeres que, uno a uno, van fonzando la masa en los miles de pequeños moldes que tiene el sector de producción.  

La máquina que vierte el relleno, nos cuenta Fedra, fue especialmente desarrollada para Pastéis de Belém. Es parte fundamental de un proceso que está preparado para hornear de a 900 pastelitos por vez, en 15 bandejas de 60 piezas cada una. La recorrida por la línea de producción es interesante porque uno siente que está viendo el detrás de escena de un lugar mítico de Portugal. Suma, a esta visita, la amabilidad y predisposición de cada uno de los empleados del lugar. “La mayoría de los que estamos acá trabajamos hace 20 o 30 años”, dice Fedra. Algo bien, sin dudas, hace un lugar que sostiene a su equipo por tiempos largos. 

La visita continúa por los salones donde los clientes pueden sentarse a disfrutar de los pastelitos y de las otras opciones del menú. Estos espacios han ido creciendo en los últimos años y hoy por hoy Pastéis de Belém también agregó lugares de despacho para clientes al paso, además de lo que ellos mencionan como el “mostrador histórico”, el primero que entregó los pastelitos. 

“Lo que buscamos es que los clientes tengan una buena experiencia”, dice Fedra y este notero lo corrobora. Una humilde web gastronómica del fin del mundo escribió, hace unas semanas, para ver la posibilidad de ir a visitar una de las cocinas más icónicas del mundo. Con una amabilidad digna de los grandes, recibimos respuesta e invitación, que se tradujo en una cita perfectamente guiada, en donde Fedra nos orientó paso a paso, mientras en su rol de supervisora atendía pedidos y detalles que su equipo requería al pasar. El cuidado del detalle, como secreto de la hospitalidad. 

Terminamos la visita degustando los pastelitos en el patio del lugar. La sencillez de los ingredientes, la mística del lugar, la atención y el clima portugués hicieron que, efectivamente, viviéramos un momento irrepetible, al cual querremos volver una y otra vez.

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