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Historias de cocina

Un postre moka

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Tiempo de lectura: 4 minutos

 

Alrededor de las fiestas de fin de año, las emociones toman el poder. Estoy convencido de que muchas de las cosas que hacemos, decimos y decidimos en este tiempo, tienen que ver con el ciclo que se cierra y el balance más o menos consciente que cada uno hace de su año. Eso, en algún momento, activa acciones que no entendemos bien por qué se dan.

 

Era el último día de ñoquis del año. Pero nadie había comido ñoquis porque el verano bahiense completaba su cuarto día de corrido con una temperatura mayor a 35°. Afortunadamente, la casa familiar tiene pileta y el agua fue refugio. Sentado en ese patio, con el cielo preparando una tormenta que prometía una tregua climática, casi sin pensarlo fui hasta la cocina, al rincón en el que, sabía, mamá guardaba sus cuadernos de receta. 

 

Ella falleció hace dos años. Fue un día de enero, pero todo comenzó antes, con una internación alrededor del último día de ñoquis de aquel año. 

 

Lo que buscaba era la receta del postre moka. No hay por qué, o sí. Era el postre que más le pedían, formaba parte de su marca personal culinaria y, además, fue el postre que quedó hecho en el freezer cuando ella ya se había ido. Esos legados impensados, que alegran y duelen a la vez. 

 

La receta, aunque simple, parecía encriptada. La encontré dos veces: en uno de sus cuadernos y en un papel suelto (¿qué cuadernos de recetas recibirán nuestros hijos y nuestros nietos? ¿Un listado de favoritos de Chrome?). Los ingredientes coincidían: 200 gr de manteca, 300 gr de azúcar impalpable, 2 huevos, esencia de vainilla y café instantáneo diluido. Las vainillas estaban en el listado porque mi vieja hacía esa versión del postre moka, la que está emparentada con los trifles y el tiramisú, la que va en capas con vainillas remojadas en café o en algún licor.

 

En la hoja suelta, las instrucciones no existían. La lista era solo de ingredientes: denotaba la certeza de una autora que tenía la técnica clarísima y no necesitaba un paso a paso para novatos. Claro, ella misma había visto a su madre hacer ese postre una y otra vez.

 

La receta del cuaderno sí tenía un paso a paso, pero algo no cerraba. Le faltaban conectores, parecía incluir huevos crudos… no podía ser. Por eso, la recreación del plato demandó un poco más de investigación. Todos los caminos llevaban a dos opciones: o mamá hacía lo que hoy se popularizó como buttercream de café (esa crema típica de los cupcakes) o su versión con claras de huevo, la buttercream suiza de café.

 

Fui por esta última, que me parecía más suave y con un sabor más delicado. El proceso es de pocos pasos: se hace el merengue suizo con las claras (100 gr) y el azúcar (170 gr), batiendo a baño de María. Una vez montado, se saca del calor y se sigue batiendo hasta que esté frío. Mientras tanto, preparamos la manteca (pomada), a la que le incorporamos el café diluido (4 cdas) en la menor cantidad de agua posible, para que emulsione bien. Al merengue, finalmente, le agregamos esta mezcla de manteca y café, batiendo hasta que esté todo bien integrado. Las temperaturas son clave: si el merengue no está frío, derretirá la manteca y todo habrá sido en vano… bah, aprendizaje para la próxima.  

 

Luego resta, según el gusto de cada cocinero, armar el postre con las vainillas (2 doc aprox.) remojadas, intercalando la crema de café. Esta receta exige un recipiente que la contenga; la crema no podría generar una estructura autónoma. Para eso, para dar más cuerpo y armar, por ejemplo, una torta, la investigación dio cuenta de que se puede agregar chocolate blanco derretido. De nuevo, cuidado con las temperaturas.

 

La hoja del cuaderno cerraba contundente: “todo doble”. La herencia italiana, de familia numerosa y de encuentro frecuente, plasmada en dos palabras. “Todo doble”, ese amor hecho cocina para que alcance, para que se pueda repetir y para que el tiempo dedicado a la cocina genere sonrisas y ganas de probar más. 

 

“Todo doble”, finalmente, para un moka que se narró como receta y se detalló como historia, para que sea brindis de recuerdo por mi vieja y por todos aquellos a quienes extrañaremos el doble en estas horas que engañan, que sorprenden el doble y que nos invitan a comenzar, con esperanza redoblada, un nuevo año. Feliz 2021, de parte del equipito del pancito.

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3 comentarios

3 Comments

  1. Emilia

    31 diciembre, 2020 at 12:19 am

    ❤️

  2. María

    31 diciembre, 2020 at 9:29 am

    Hermoso relato. Un cierre dulce para un año sin tregua. Cariños!

  3. Nora

    31 diciembre, 2020 at 3:49 pm

    Vi el título y ya me vino el recuerdo de Ana , hermoso recordarla asi ..nuestro seres q ya no están especialmente nuestra madre siempre nos cobijan espiritualmente, besote y abrazo fuerte.

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Historias de cocina

El chocolate de la Chacha

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Tiempo de lectura: 5 minutos

Lo mejor que le puede pasar a un día de invierno es un chocolate caliente. Y lo mejor que le puede pasar a un chocolate caliente es que sea preparado por la mano experta de la Chacha, una vecina de Ingeniero White, repostera de toda la vida, que durante los últimos 20 años estuvo a cargo de preparar este manjar en el Museo del Puerto.

Empecé lavando las tazas y terminé a cargo del chocolate. También me ocupé de hacer las mesas dulces, porque soy repostera, cuenta Chacha. La familia, compuesta por su hija, dos nietas y una bisnieta, parece que seguirá con la tradición: ahora mi hija es la que se ocupa de las tortas, dice. 

A riesgo de generalizar, nos atrevemos a decir que Chacha es la abuela que todos queremos tener. Incansable, optimista y trabajadora como pocos, mientras estrena nueva década sigue participando de iniciativas que buscan ayudar a que su querido White esté cada día un poquito más lindo. 

El Museo del Puerto es como mi segunda casa, dice Chacha mientras reconoce que esta es mi primera entrevista por WhatsApp. Hubiéramos querido encontrarnos en vivo y en directo, pero los protocolos de la pandemia nos llevaron a tener que realizar la nota por vías electrónicas. Así y todo, la calidez de la Chacha le gana a la frialdad de la tecnología y nos regala, generosamente, los secretos de su chocolate. 

Parece simple, desde la teoría: leche bien caliente más una tableta por litro de chocolate bueno bueno bueno, enfatiza (no te digo marca porque no sé si se puede, aclara). Cuando esa mezcla llega a hervir y a espesar un poco —y mientras revuelve con cuchara de madera—, la retira del fuego, la pasa por un colador y prepara las jarras para servirlo. Si en este siglo el lector merendó en el Museo del Puerto, seguramente el chocolate que pidió fue preparado de esta forma y por la querida Chacha.

La foto se va completando: estamos dentro del Museo, con la calidez de sus pisos de madera, luz tenue y un sinfin de objetos que nutren este espacio “comunitario que registra, promueve, elabora y trabaja con el patrimonio natural y cultural del pueblo a través de relatos orales, celebración de fiestas, armado de «instalaciones» y espectáculos y el funcionamiento de sus Cocinas Dulce y Salada”, tal como cuenta el sitio IngenieroWhite.com.    

Dentro del museo, entonces, resguardándonos del frío invernal acentuado por la cercanía del mar, ya tenemos el chocolate caliente de la Chacha. ¿Con qué lo acompañamos? Con lo que quieras, decreta nuestra repostera, y enumera: tortas, tarta de coco y dulce de leche, Selva Negra, lemmon pie, tarta de frutilla… y claro, toda elección dará en el calvo y generará una experiencia memorable para el comensal.

Los mayas hablaban del chocolate como “el alimento de los dioses”. De hecho, lo ofrecían en ofrendas en distintas ceremonias y rituales. Este producto, de los más preciados de nuestro continente, avanzó, viajó y se hizo imprescindible en la pastelería europea, llegando a conquistar los paladares más exigentes. Osvaldo Gross lo menciona como “el ingrediente preferido de la pastelería”, y sin dudas lo es. 

Disfrutarlo, como ocurre con todo en la cocina, no es solo ingerirlo, sino sobretodo compartirlo, conocer su historia, y el amor y el cuidado que le ponen quienes, como la Chacha, lo han trabajado durante toda su vida.

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Empanadas con sabor a Patria

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Tiempo de lectura: 8 minutos

Tiempo de preparación de la receta: 2 horas

 

Estela es tucumana. La vida familiar la llevó hasta el fin del mundo, en donde crió a sus hijos. Luego la trajo hasta nuestra bahía para disfrutar de los nietos. Desde el Jardín de la República hasta Bahía Lapataia y ahora en nuestras tierras, Estela ha hecho cientos de docenas de empanadas de su tierra natal. 

La empanada tucumana es el plato que elige elpancito para recordar, en esta fecha patria, aquella gesta independentista de 1816. Estela será quien nos ayude, con su experiencia y con su memoria, a ponerle sabor a este día. Quienes quieran disfrutarlas encontrarán, en esta nota, todos los secretos aprendidos repulgue tras repulgue.

Qué lindas son esas recetas que se hacen parte de una historia familiar. No necesito anotarla, la tengo en la cabeza, le anticipó Estela a su hija mientras se preparaba para la entrevista. Es que esta empanada tucumana viene desde la abuela de Estela: seis generaciones unen a quien quizás tuvo la receta original (si es que acaso no la heredó también) con Belén, una de las nietas que sigue disfrutando hoy de este plato y está ayudando a Estela para dejar todo listo para la videollamada con elpancito. 

Durante la charla reconoce Estela que hace rato que no las hago, aunque cuando voy a Tucumán todavía las hacemos con mi hermana. La vida de este siglo, con tanto delivery disponible, ha hecho que la empanada casera quede para ocasiones especiales, para momentos de celebración familiar o para cuando los nietos las piden.     

Masa

Vayamos a la receta, entonces, comenzando por la masa. Para unos 36 discos de empanada Estela usa:

  • ¾ kg de harina 0000
  • 300 gr de grasa (originalmente la preparaban ellos mismos, derritiéndola y separándola de la carne del animal, es la grasa que se conoce como empella o de pella)
  • 1 cdta. de sal
  • 1 taza de agua tibia

El procedimiento es simple: se amasa, se prepara tipo pan y se estira con palote hasta dejarla más o menos delgada. La empanada tucumana es grande, dice Estela, al punto que como cortante sugiere usar alguna compotera, si no se tiene el disco específico. Esta masa no necesita descansar, por lo que Estela suele hacer todo el procedimiento completo, para tener los discos ya listos antes de comenzar a preparar el relleno.

Relleno

Para el relleno se necesita:

  • ¾ kg de carne. Tradicionalmente se habla de matambre grueso (quizás fue la forma que encontraron de hacer tierno un corte duro), aunque Estela aclara que cualquier corte económico funciona. Ella suele elegir paleta o roast beef. 
  • Zanahoria, zapallo y otras verduras a gusto para hacer caldo
  • ½ kg de cebolla
  • Pimentón a gusto
  • Comino a gusto
  • Ají molido a gusto
  • Sal
  • 4 cdas de aceite 
  • 100 gr de grasa
  • Cebolla de verdeo
  • 4 huevos
  • 200 gr de aceitunas
  • 200 gr de pasas de uva

Para prepararlo, lo primero que hay que hacer es el caldo. Un caldo abundante y sabroso. Una vez que está listo, se coloca la pieza entera de carne y se la deja cocinar durante aproximadamente una hora. Aquí radica una de las grandes diferencias con otras empanadas, que cocinan la carne ya picada. Se retira la carne de la olla, se deja enfriar, se corta en rebanadas y luego se la pica a cuchillo. Aparte se prepara un sofrito en cuatro cucharadas de aceite con la cebolla picada, las especias y la sal. Al sofrito se agrega la grasa. Da jugosidad, claro. Y un poco de culpa. Ahora sí, se incorpora la carne picada. A esta preparación se le agregan dos tazas del caldo, para que queden más jugosas aún. Se cocina todo hasta que reduzca un poco el caldo (pero no debe quedar seco). Finalmente, con el fuego ya apagado, se agrega cebolla de verdeo picada. Se deja enfriar bien el relleno. Aparte, se hierven y pican 4 huevos y se pican las aceitunas.

Armado

Agarramos uno de los discos, colocamos adentro más o menos una cucharada del relleno, un poco de huevo picado, un poco de aceituna y un poco de pasas de uva. Estas últimas Estela las va regulando en función del gusto de los comensales, para que todos queden contentos. 

Se humedece un poco el borde de la masa, se cierra y se hace el repulgue tradicional. De la versión tucumana de la empanada nace —aunque Estela no lo menciona— la idea de que el cierre debe hacerse con trece exactos repulgues. Es lindo probar de hacerlo, por la tradición, aunque obviamente el sabor final no se verá afectado si el cocinero logra tan solo doce o necesita hacer catorce pliegues para completar el cierre. 

Cocción

Prudente, Estela dice que la cocción puede ser al horno o frita. La pausa que sigue a esa oración se interrumpe con una especie de confesión: pero las ricas son las fritas. Se pueden freír en grasa o en aceite, según el gusto y lo que tengamos a mano. 

Algunas recomendaciones para la fritura:

  • Mucha grasa/aceite. Si ponemos poca, la empanada le bajará mucho la temperatura y entonces la masa absorberá grasa.
  • Esperamos a que esté bien caliente para empezar a freír. Si tenemos termómetro, deberíamos llegar a los 160°, aproximadamente. Si no, podemos poner un poco de masa y ver si hace una especie de shock térmico.
  • Tratamos de mantener esa temperatura, no mucho más y no mucho menos. El burbujeo debería ser suave, no muy violento.
  • En una olla casera recomendamos poner no más de 4 o 5 empanadas por tanda de fritura.
  • Una vez que están doradas, están listas (porque el relleno ya está cocinado).
  • Al retirarlas, pueden descansar sobre papel absorbente para que capture el exceso de grasa.

Estela va contando todos sus secretos de este plato, sin escatimar. Para estimar las cantidades, relativiza: con mi nieta nos comemos tres cada una, pero mi nieto se puede comer seis u ocho. Cada uno sabrá, en su casa, qué cálculo hacer según el caso. 

Con lujo de detalles, esta tucumana que pasó por Tierra del Fuego y ahora es vecina bahiense nos va compartiendo su experiencia para que cada quien se anime a hacer la empanada de su tierra natal en casa y disfrutar de uno de los manjares de la gastronomía nacional. Salud, feliz 9 de julio para todos, y que viva nuestra linda Patria.

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El locro del 25

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Tiempo de lectura: 7 minutos

 

Las fechas patrias nos invitan a las comidas que llamamos “típicas”. Algo pasa, en la conmemoración de un evento histórico, que nos hace conectar estómago con patriotismo. Queremos pasar por el cuerpo sabores de las épocas de esas gestas que hicieron nacer a la argentinidad. 

Lo curioso es que algunos platos están presentes a lo largo de todo el año, como las queridas empanadas, mientras que otros parecen ser exclusivos de una fecha. Algo así pasa con el locro. El secreto está en que le dediques todo el tiempo que necesita, dice Agustín Pavón, cocinero y propietario de El Cardón, un mítico bodegón ubicado hoy en Reynal 2801. 

Agustín comenzó a construir la versión siglo XXI de El Cardón en 2012. Con sus propias manos y en los tiempos libres que le dejaban sus otros trabajos, levantó ladrillo por ladrillo el salón y la cocina que hoy conforman el restaurante y su principal sustento de vida. Estaba yendo por un sueño. Oriundo de Saavedra, quería ofrecer en Bahía una opción de comida abundante, rica, generosa, de platos gigantes. El concepto de bodegón porteño en todo su esplendor. El nombre lo tomó heredado de otro local de cocina años atrás se ubicaba enfrente, y que despierta recuerdos y sonrisas pícaras entre los mayores de 50.

El locro, volviendo a lo que nos convoca, es un plato típico del norte argentino, hecho a base de maíz blanco. Como todo plato típico, sus ingredientes son económicos, simples y no demasiado estrictos. Al igual que la mayoría de los guisos, y hasta los platos hoy refinados como la fondue, en sus orígenes eran esencialmente “lo que se conseguía fácil y sin gastar mucho” cuando no “lo que sobraba”. Daniel Balmaceda, en “La comida en la historia argentina” cuenta que el locro tuvo su apogeo durante el siglo XIX, desde las vísperas de la Revolución hasta el filo del nuevo siglo. El protagonista porteño de este plato era la Recova, “un imponente edificio que recorría desde la calle Defensa hasta Reconquista y partía en dos la actual Plaza de Mayo”, dice el historiador. En el corazón de Buenos Aires habitaba el locro. 

Su origen es norteño, en donde, según el mismo Balmaceda, “el locro era más habitual que el puchero”. Con el tiempo parece ser que las pastas y otros platos más rápidos y prácticos para la vida moderna fueron reemplazando a esta preparación de cocción lenta, y la dejó relegada a un par de días en el año. 

Agustín no se guarda nada cuando cuenta los secretos de su preparación. El principal, como dijimos, es el tiempo. Él comienza con su locro casi dos días antes, cuando empieza a preparar las carnes para desgrasarlas y que luego el resultado final sea más sabroso. El maíz y los porotos, también, implican anticipación: 24 horas de remojo darán texturas cremosas al plato. El día de la preparación, finalmente, serán entre cuatro y cinco las horas de cocción, desde el salteado inicial de las verduras, la incorporación de las distintas carnes (cerdo, ternera, chorizos varios) hasta lograr el punto justo. El zapallo, para dar untuosidad y color, no puede faltar. Y como pasa con toda preparación de este estilo, el día siguiente va a estar más rico que el día que lo cocinás, remata.

Recetas hay miles. Él opta por seguir la de Ariel Rodriguez Palacios, a la que le suma su experiencia de más de una década en la cocina, aprendizajes de Saavedra y, además, mucha prueba y error durante la cuarentena de 2020: ahí lo perfeccioné muchísimo, dice Agustín, porque aproveché a hacerlo muchas veces.

La charla sorprende. Es domingo por la mañana y la cocina de El Cardón hace rato que está en marcha. Agustín, mientras va agregando ingredientes a la preparación que poco a poco se va transformando en locro, cuenta acelerado y en voz fuerte su historia. Una historia intensa y de cocción lenta, como los platos que le gustan hacer. La aceleración que tiene al hablar y al moverse contrasta con los tiempos de los estofados que narra, de los tucos que recomienda y, por supuesto, del locro que va creando. Ese contraste, quizás, lo define. 

Yo me podría morir mañana, y muero feliz, dice cuando es consultado por sus sueños futuros. Y amplía: ¡tengo mi propio restaurante! Este fue mi sueño y hoy lo tengo. No quiero ser masivo, quiero que la gente que venga coma rico, abundante y los podamos atender bien. Recomienda, de su carta, los canelones de verdura. Son la vedette del bodegón, reconoce. En cuanto a las carnes, el bife de chorizo es la estrella y también el orgullo de Agustín. Además, El Cardón ofrece milanesas, pastel de papas, matambre de cerdo, entraña y las guarniciones clásicas de este tipo de propuestas. Queremos mantener pocos platos y que cada quien combine con la guarnición que más le gusta, cuenta.

Poco a poco El Cardón fue creciendo y afianzando la propuesta. Al cocinero y a la única moza hoy se suman dos personas más, para reforzar el servicio. La carta de vinos va incorporando nuevas etiquetas, para afianzar la propuesta. Los tiempos de la pandemia hacen que los horarios y propuestas varíen, por lo que la recomendación es consultar en su Instagram qué van ofreciendo en cada fase. Pero nunca frenan. Al momento de esta nota estamos en los nueve días de confinamiento estricto, por lo que para probar El Cardón la alternativa es el take away. La adaptación a las circunstancias y la resiliencia vienen siendo marcas distintivas en todos los gastronómicos de la ciudad durante los tiempos pandémicos.

El locro de El Cardón se puede encargar todavía para el 24 y 25 de mayo. En tiempos de estar en casa es bueno volver a algunas raíces que nos permiten reconectar con la esencia. La cocina, como siempre, nos puede ayudar en esa experiencia.

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