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Locales y emprendedores

Food trucks anclados, rompiendo paradigmas

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Tiempo de lectura: 3:30 minutos

 

Un food truck necesita, por la propia esencia que lo constituye, circular. Moverse, ir a eventos, encuentros, festivales, fiestas regionales y temporadas estivales. Ahí se realiza, ahí encuentra su razón. Pero pandemia

Bizzo comenzó a hacer la clásica pizza de estilo napolitano en Bahía hace poco más de un año. Hablamos de esa pizza bien finita, crocante por los minutos breves pero intensísimos que pasa dentro del horno de barro, con la perfección de sabor que surge cuando se reúne oliva, tomate, queso, albahaca y trigo. Es la que lleva muy poca levadura y mucho tiempo de espera-leudado (pueden ser hasta dos días). La que se corta en cuartos y cada porción se pliega al medio para poder comerla. Fer y su equipo hicieron temporada en Pehuen-Có y, al volver, el tráiler quedó estacionado en su casa, en calle Parera, a apenas dos cuadras de la autovía Juan Pablo II. 

Beltza (se pronuncia /belcha/, por las dudas) lleva casi cuatro años rodando, y de su food truck destaca el sándwich de cerdo braseado: solo imaginarlo nos dibuja una sonrisa en la cara. El equipo está en la misma situación que el pizzero, pero en el barrio Pedro Pico, en Thompson al 900. La imposibilidad de circular hizo que debieran quedarse quietitos en un domicilio particular.

Gastronómicamente ambos sitios son, literalmente, el medio de la mismísima nada. Dicho con respeto y mucho amor a sus vecinos, por supuesto: no son ubicaciones cercanas —ni mucho menos— a los circuitos de comida que el público local está acostumbrado. Pero parece que, quizás por eso, está ocurriendo la magia. 

Bizzo no da abasto. En la visita al trailer un miércoles cualquiera a las 20.30, la cocina nos advirtió que ya estaban tomando pedidos que estarían listos a partir de las 22. Un mise en place prolijo y bien nutrido anticipaba que la noche sería movida, a un ritmo incesante de bollo-relleno-horno-pizza. Los vecinos acompañan, prestan sus veredas y acercan regalos, en agradecimiento a la onda que el trailer le pone al barrio. Las guirnaldas de luces tenues, las mesas de madera y una noche cálida de primavera, completan la escena para quien quiera cenar ahí o buscar las pizzas y llevarlas a casa.

Beltza se reorganizó para abrir sus ventanas hace pocas semanas y va generando un lindo movimiento en el barrio. En este caso, el delivery y el take away están disponibles de jueves a domingo, a partir de las 19.30. “No sabemos cómo será el verano -cuenta Gastón-, pero por el momento estamos acá, trabajando con un menú reducido pero variado”. Y aunque reconoce que su principal ingreso viene de los eventos, hoy suspendidos, le hacen frente a la crisis buscándole la vuelta al momento. 

La movida de los food truck arrancó en Bahía hace pocos años, con mucho ímpetu. El Aeroclub, la FISA, #DisfrutáBahía y otros espacios de la ciudad han alojado festivales en donde estos carros complementaban el ambiente y brindaban opciones gastronómicas diferentes. Parece que fue hace mil años, la pucha. 

A la espera de lo que vaya a ser la nueva normalidad, los trailers se reinventaron. O, mejor, se reubicaron. Se anclaron, por un tiempo, ilusionados con volver a arrancar. En este mientras tanto, regalan la curiosidad de encontrarlos en puntos extraños, poco frecuentes. Es, sin dudas, una ocasión para ver si, acaso, nace un paradigma más barrial, de food truck de cercanía, de trailers que dan una movida diferente e hiperlocal a los distintos sectores de la ciudad. Como siempre, el rol del cliente será clave para acompañar y sostener estos espacios.

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Emprendedores

Alfajorería

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Tiempo de lectura: 4 minutos.

Creo que no hay nada más lindo que recordar los momentos de felicidad cuando era apenas un niño. La mayoría sucedieron en mi escuela primaria, aunque hay un detalle de esos recuerdos que desbarata toda la ilusión que cargaba. Recuerdo el sonido del timbre avisando que llegó la hora de irme, los cierres de las cartucheras y las mochilas componiendo una especie de armonía, las risas y las preguntas que surgían en ese camino hacia el descanso y saber que, si me buscaba mi papá, iba a comer un alfajor con jugo. Llegaba, entonces, el momento de mayor tensión: decidir qué alfajor comería. La vida, a mi corta edad, ya me había enseñado lo que es una desilusión: ninguno, para mi joven paladar, traía la suficiente cantidad de dulce de leche.

Si te pasaba lo mismo que a mí, te vengo a contar que existe un lugar donde los alfajores son tratados como dioses y dan pena comerlos. Este lugar es Alfajorería”.

Alfajorería es un emprendimiento familiar llevado  a cabo por dos hermanas, Melody y Ayelen. La idea surge de un viaje familiar hecho a Mendoza, donde descubrieron alfajores muy distintos de los comerciales.  La vida siguió, pero la idea quedó. El tiempo dolió cuando su padre falleció y luego, quizás como homenaje, recuerdo o tenacidad por seguir juntas, las hermanas decidieron que ya era hora de arremangarse y dejar germinar aquella idea que se plantó años atrás. El primero de mayo de 2024 comenzaron y le mostraron a Bahía sus hermosos alfajores. 

Hablemos de los sabores, que con tan solo leerlos se nos grafican en nuestras mentes como delicias irresistibles: tienen alfajores de marroc casero, de Ferrero, de Kinder y Bonobon. Pero no todo es golosinas. La lista sigue, con variedades de capuccino, reducción de malbec, red velvet, coco, merengue y, por supuesto, los  clásicos con dulce de leche en abundancia bañados en chocolate negro o blanco. Como no puede faltar el alfajor más argentino del mundo, también podés pedirles a Melody y Ayelén un buen alfajor de maizena. 

Hoy no tienen local propio. Las encontramos en su Instagram y también en las ediciones de El Galpón “mientras el calor lo permita”, nos dicen. Su sueño es poder llegar a tener un local donde ofrecer un café, alguna torta y obviamente unos buenos alfajores. 

Las hermanas se complementan, “Ella es super prolija y ya sabía mucho de pastelería”, dice Ayelén sobre Melody. “Ahora nos conocemos desde otro lugar, tenemos otra complicidad, muchas horas cocinando”, completa la hermana. 

La gente suele decir que con amigos y con familia no hay que hacer negocios, pero en este caso, como en tantos otros, podemos ver que funcionan como un engranaje. El producto es hermoso, en todas sus variedades: la cantidad de relleno es para quedarse admirando, la diversidad de sabores es para disfrutar y quedarse en la indecisión, la experiencia es necesaria vivirla. 

Quizá hoy mi papá me venga a buscar y pueda ir a comer alfajores con jugo. Pero hoy, sin temor a la desilusión, sabría cuál (o mejor dicho, dónde) elegir.

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Emprendedores

Chinchuleando

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Tiempo de lectura: 7 minutos.

Si había un lugar en el planeta Tierra en donde podría haber surgido un verbo vinculado con lo más íntimo de la cultura parrillera, sin lugar a dudas ese lugar es Argentina. Chinchuleando. Las revistas de crucigramas no lo han incorporado aún, pero si lo hicieran propondrían en su definición algo así como “acción y efecto de chinchulear”, lo cual nos lleva al verbo original que da nombre al gerundio. “Chinchulear”, obvio, tampoco está en las enciclopedias, aunque podría abrirse la discusión sobre si debería. La hoy omnipresente inteligencia artificial viene a ayudarnos en este embrollo y nos dice que Chinchuleando, como neologismo evidentemente argentino, podría interpretarse como el acto de cocinar, comer y/o disfrutar unos buenos chinchulines, o una parrillada en general. Ahí va. Simple y claro. 

Charlamos con Martín Arroyuelo sobre Chinchuleando y la conclusión a la que arribamos es que la interpretación que hace la IA resume perfectamente el espíritu de esta iniciativa. “Quiero que la gente disfrute del producto, que es muy simple y muy complejo a la vez”, dice. Por eso en su puesto no hay salsas locas ni estéticas del exceso. Al contrario: carne y pan; salsa criolla y chimi para acompañar, y listo. A disfrutar de la calidad de las materias primas y de la paciencia de la cocción. 

“En las ferias somos los primeros en llegar; al menos cuatro horas antes de que abramos”. La paciencia de la parrilla se hace presente evento tras evento, para llegar a una carne tierna y sabrosa, hecha al rescoldo de un fuego suave y persistente. “Los secretos en la parrilla son pocos pero importantes —cuenta y suma—: buena temperatura sin arrebatar, no quedarte sin brasas y dedicarle tiempo”. “Cuando tenía 14 años el papá de un amigo me enseñó a empezar las cocciones de piezas grandes armando una corona de brasas debajo, para asegurarle que el calor entra por los costados y va llegando al centro” (la imagen de la corona es clara: debemos armar un círculo de brasas que coincida con el perímetro de la pieza que se quiera asar). Retomará, luego, esa misma recomendación como un tip para aquel novel parrillero que esté leyendo esta nota. “Y si no se anima, que empiece con asado banderita, que no falla”, dice.

Chinchuleando nace cerca de la pandemia, como una iniciativa en la que Martín reúne casi indisolublemente la comunicación con la cocina. Habla de su marca como un puesto y como un medio de comunicación, sin distinciones. En el puesto se prueba, en sus redes se anhela y se aprende. “Es desafiante comunicar asado, en un país en donde todos nos consideramos asadores”, dice, a la vez que cuenta que le gusta dialogar con la gente a partir de los comentarios que le van dejando y los debates que se generan en torno a técnicas, puntos de cocción y todo lo que los argentinos consideremos discutible en el mundo parrillero.

La primera experiencia pública fue en Monte Hermoso, en el primer Monte Sabores que reunió a gastronómicos locales, regionales y nacionales en la playa con el atardecer más lindo. Luego se sumó a las ferias de El Galpón y a partir de ahí no paró más. Hoy sigue participando de las ferias cada vez que tiene oportunidad, además de realizar eventos privados. La vida del emprendedor gastronómico —ya lo sabemos en esta redacción— exige tiempo y esfuerzo, combinado con trabajos estables que hacen que la aventura de la cocina sea posible. Esa historia, una vez más, la descubrimos en el relato de Martín. 

El nombre de la iniciativa se debe pura y llanamente a un gusto personal “me gusta mucho el chinchulín, comerlo y hacerlo”, dice Martín, aunque reconoce que no es tan fácil ofrecerlo masivamente en eventos por el lugar que ocupa en las parrillas. Para este corte, más argentino que… bueno, que el chinchulín, Martín sugiere cortarlo desde crudo en orejitas así se cocinan mejor y darle un buen golpe de calor hacia el final para que gane la crocancia buscada. Además, en ese momento, será clave que cada pieza reciba un buen baño de limón. 

Para quien se acerque a Chinculeando por primera vez, Martín es claro con su recomendación: “lo que más sale es el vacío”. Imperdible, damos fe. Con carne de primerísima calidad y pan minuciosamente elegido, el vaciopan es de prueba obligatoria. “Alguno me ha dicho que fue el mejor vacío que probó en su vida”, reconoce.

No escatimó en tips, Martín. Los sintetizamos acá, para provecho del lector: “si los chori hacen ruido, es que los estás haciendo muy rápido y pueden explotar; no dejes los chinchu macerando en limón porque quedan babosos; si la parrilla es baja y no la podés regular, hacé la corona; al chinchu le podés dar las vueltas que quieras hasta que esté en el punto que te gusta; al asado banderita lo ponés en la parrilla, una vez que salen los jugos para arriba, lo das vuelta y lo dejás un rato más”… y así podría seguir durante un largo rato. Pasión con experiencia, es lo que Martín demuestra a la hora de desplegar su oficio de asador. 

“Yo cocino para todos, pero sobre todo pienso en el que capaz no puede disfrutar de hacerse su propio asado en su casa, porque no sabe o porque no tiene el lugar”, dice Martín. Ese motivo, sin dudas, mueve e inspira los esfuerzos cotidianos. Es que, en definitiva, “laburás para que la gente disfrute de algo que a todos nos gusta disfrutar: la comida”.

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Locales y emprendedores

La fonda de la Abuela

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Tiempo de lectura: 4 minutos

Son las 10 de la mañana de un día de marzo del 2012 Impera la sensación fría de tener que ir al colegio mientras los pájaros cantan, pero hay algo más importante: es martes. Y los martes, se come en lo de la abuela. 

La comida casera, las recetas desconocidas y las ganas de nunca tener que levantarte son cosas que se pierden y no se pueden recuperar, o eso creía yo hasta que un día del 2024 llegué hasta la puerta de Yrigoyen 423 y el solo hecho de abrir la puerta me devolvió a ese instante. Al entrar vi un cartel con su nombre y creo que le queda perfecto “La Fonda de la Abuela”.

Nicolas Martinez es el encargado de llevar a cabo este proyecto y si bien nos cuenta que al principio no estaba muy convencido, su entorno le dio el valor suficiente para hacerlo. “Es la comida que hacía mi abuela”, era lo que todos sus conocidos le mencionaban al escuchar la idea y de esa manera también le dieron nombre al restaurante. La Fonda de la Abuela abrió un 18 de octubre, el ambiente es cálido y pintoresco, cuenta con cuadros que te invitan a observarlos, las luces tenues y un sonido de ambiente acompañan la comida para que el viaje sea de puro disfrute.

Si bien el restaurante no tiene mucho tiempo de vida, desde que llegó no para de innovar, con degustaciones de vino, agregando guisos a su carta o teniendo la opción de poder llevar tu propio vino para disfrutar con la comida. La fonda te ofrece la posibilidad de salir a comer de manera abundante y económica. “Todos los días ofrecemos un menú distinto  a bajo precio para que la gente pueda salir a comer”, agrega Nicolas a su relato.

Si algo destaca en cualquier abuela es una milanesa, y de la misma manera en esta fonda la milanesa es el plato estrella, que además de conquistarte va a llenarte de solo mirarla. Es por eso que al momento de abrir, es una de las cosas que no pueden faltar. Nicolás también banca especialmente a alguno de sus ingredientes: “en el mercado capaz tenés mozzarellas más baratas, pero la que tenemos no la cambio por nada”. 

Desde elpancito les recomendamos que prueben la tortilla de papas y, cuando les traigan la panera, dense el gusto de probar la salsa de la casa, que en una mezcla de sabores donde la mostaza acaricia el paladar: cada bocado me acerca un poquito más a  la casa de mi abuela.

Estar en La Fonda de la Abuela es un mimo al alma. Nicolás afirma que el trato es primordial y que por eso su madre lo ayuda en el servicio. “Vos tenes que preguntar y si en algo fallaste, lo tenés que enmendar” dice. Si bien Nicolás no cocina y dice que no le gusta, él desde su lado prueba los platos sin avisar que son para él y así confirmar que a la gente el plato le llega bien. “El cliente es el motor de cualquier negocio” agrega. 

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Nosotros

Elpancito.ar es, probablemente, tu espacio favorito para saborear la lectura gastronómica. Es el guiso de cocción lenta y la carne que se corta con cuchara.

Queremos contar historias. Conocer quién está detrás de la burger favorita de la ciudad, o amaneciendo a las 3 am para estirar y enrollar el croissant que unas horas más tarde estará acompañando tu café con leche.

Elpancito.ar tiene caras, claro. Diego, en Bahía Blanca, convocó a Gero. Gero un día emigró y hoy empuja a elpancito desde España, buscando sabores locales en tierras lejanas. Y acá en Bahía se sumó Santi, el Ruso, para explorar también historias y plasmarlas en contenidos audiovisuales. Nacho, cada vez que puede, se suma también a colaborar. Desde acá, cubrimos la zona y si pinta un viaje también sumamos contenidos desde donde estemos, porque en la variedad está el gusto.

Seguimos conociendo historias de apasionados por la cocina. Seguimos tejiendo redes con cocineros que se transforman en amigos. Seguimos pensando, juntos, que la gastronomía siempre tiene mucho más para ofrecernos y sorprendernos.

¡Buen provecho!