Por Diego García.
Publicación: mayo 6, 2022.

Tiempo de lectura: 7 minutos

Malena parece vivir a mil todo el día. Llegamos a Casamonte, nos anunciamos, la buscan. Viene desde la cocina y, luego de un saludo tan fugaz como afectuoso, nos empieza a presentar al equipo. Acto seguido nos invita a sentarnos para tomar un café mientras charlamos. En lo que demora el “ir a sentarnos” habla de las variedades de café que tienen en el local, ofrece alguna de las especialidades de panadería que tienen para el día y, especialmente, va saludando a prácticamente todos los clientes que, en el primer turno de la mañana, eligen la esquina de Belgrano y Vespucio para desayunar. Los fui conociendo acá, me gusta ir charlando con ellos y saber de su vida, dice.

De Male Bermúdez habíamos sabido por Andy, de Blossom. Es una locomotora, nos había advertido. Y sí que lo es. Casamonte es el resultado de un camino que empezó con una certeza: siempre dije que quería poner un café, cuenta. Su recorrido incluye: un emprendimiento de la adolescencia en el que, junto a una amiga, hacían mesas dulces; catorce años en Buenos Aires en donde, solo por hobby, estudió en el IAG mientras cursaba la cine y, luego, trabajaba en marketing; el desarrollo de Cookapp, junto a su hermano Tomás, para que cocineros independientes organicen cenas en sus casas a través de esta aplicación; un viaje a Nueva York para potenciar la app, que hizo que conociera a una de sus musas, Tara Jensen; el regreso a Argentina; trabajo en sushi Pop (unos genios mal) el encuentro con su actual pareja y padre de sus dos hijos, Esteban, hasta la apertura de Casamonte en Bahía hace tres años. Y el camino sigue: está preparando Casamonte Parque, en uno de los “carritos” que se están reformulando en el principal espacio verde de la ciudad. Uf…

Casamonte refleja esa energía. Male habla mucho de la experiencia que quieren brindar, de los detalles que quieren cuidar y, por supuesto, de la calidad de la propuesta gastronómica. Acá todo es fresco, todo lo hacemos en el día, desde los grisines de la panera hasta los platos y los postres, afirma. Además, narra orgullosa las marcas de las principales materias primas, como para subrayar que la calidad es clave para la propuesta. 

Insiste, Male: lo que más me gusta es la gente. Quizás por eso, a lo largo de la charla va nombrando a muchos de su equipo: Luz, la encargada del salón; Agus, la panadera; Cami, la encargada de los hojaldres; Dani, la ayudante de cocina y Cande, una de las mozas del turno mañana. Menciona especialmente a su hermano Pedro, que hoy es encargado de la tarde pero además fue clave en todo el armado del local, y hoy sabemos que a la tarde el café está en las mejores manos posibles. Suma, además, a Mica, primera jefa de cocina y pilar fundamental en el armado de la carta.

En la vorágine que maneja Male ocurre una contradicción: hay silencios. Hacemos la pregunta y hay unos segundos de silencio en los que Male piensa con calma antes de dar la respuesta. Ocurrió especialmente al momento de pedirle que nos sugiriera el menú ideal para quien elija Casamonte para comer. Le costó mucho, porque me gustan muchísimas cosas de las que hacemos. Pero, finalmente, lo fue armando: el postre ya lo tengo, dice: la marquise que hacemos acá es única y es buenísima, con una base de cacao amargo con chocolate belga, húmedo de chocolate blanco, dulce de leche, crema y frutos rojos. Damos fe: es buenísima, fresca y hasta liviana. Luego salta al café, del que se enorgullece: no lo cambio por nada, sobre todo al colombiano, que traemos del Valle de Huila y nos lo tuesta la gente de Lab acá en Argentina. La guarnición decanta mientras sigue debatiéndose con el principal: para acompañar, la ensalada de queso azul, peras y nueces, su favorita. Y de principal, sin poder definirse por uno, propone dos sándwiches: el Casamonte (jamón, queso, lechuga, tomate, palta y alioli, entre dos rodajas de pan de masa madre —y en el invierno le vamos a agregar un huevo a la plancha—), y el de osobuco braseado, que tiene pimientos en aceite, huevo a la plancha y rúcula, también por supuesto en pan de masa madre. Pidan ese para compartir, se los traemos cortados desde la cocina, sugiere Male. Antes de irse, recomienda que el comensal se lleve un nevadito (hojaldre, pastelera y dulce de leche o manzana) y, por supuesto, uno de los panes de masa madre, que ya viene feteado y listo para freezar y disfrutar en sucesivos desayunos hogareños.

Casamonte abre de lunes a sábado, de 8.30 a 20.00. A la hora del té puede que haya que hacer cola, pero la atención es ágil y amena durante todo el día. A media mañana hay buenas opciones de brunch. Para el sábado Male sugiere la hamburguesa Casamonte acompañada por una cerveza IPA, producción artesanal de su compañero Esteban: es la mejor IPA de Bahía, sentencia.  

Las historias vinculadas con la gastronomía no dejan de sorprendernos. En la historia de Male (Male y Esteban, Male y sus hermanos, Male y sus padres, Male y sus amigos, Male y su equipo), hay de todo, pero especialmente hay muchísima pasión y corazón. Mira hacia adelante ilusionada, contenta con lo hecho y animada por lo que vendrá. Le preocupan cosas, claro, pero sabe que estará buenísimo. Nos cuenta, en un momento de la charla, la historia de uno de los cuadros que tiene en el salón: me lo regaló una amiga cuando abrimos, dice. Y la dedicatoria será el cierre de la nota. Detrás del cuadro, la amiga le escribió, y nosotros suscribimos: menos mal que te animaste

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Por Santino Poloni.
Publicación: febrero 6, 2025.

Tiempo de lectura: 5 minutos

Sabemos que muchos procesos son difíciles de transitar. Quizás porque están llenos de emociones. Cuando emprendemos, cuando soñamos o simplemente cuando vivimos, nos encontramos con miles de procesos a los cuales enfrentar. Y los procesos están llenos de incógnitas, lo único seguro es que siempre vamos a sentir algo de miedo, incertidumbre, un cosquilleo de duda queriendo aparecer. En ese momento, en el que todo es oscuridad y vacío, una brisa nos pone frente a un espejo para que, mirándonos a los ojos, resuene la palabra mágica:  “podemos”.

Wir Können significa nosotros podemos en alemán. El nombre les recuerda, a los dueños de este bar, que ninguna adversidad es suficientemente definitiva. Están desde 2015 en 11 de abril 602 y, a casi 10 años de su apertura, siguen manteniendo una comunidad leal a la marca “Wirko”, como le dicen algunos, es más que una marca, es como una especie de identidad, un lugar donde podés ir sin preocupaciones, relajado y mentalizado en descontracturar.

Si bien el bar abrió en este lugar en 2015, Luciana y Andrés ya tenían experiencia en el rubro gastronómico. Es en la ciudad de Dorrego, donde  tienen su otro bar llamado Quita Penas, con el cual van a cumplir 15 años de trayectoria. Los chicos querían abrir un bar plenamente dedicado a la cerveza, pero además querían que sea cerveza artesanal. Hoy puede parecer algo común, pero en esa época aún no estaba el boom de las cervecerías artesanales. Andrés nos cuenta sobre los inicios de Wir Können y los consejos que les daban. “Estás loco, tenés que tener alguna industrial, nos decían. Nosotros podemos, dijimos”. 

La familia de Andrés siempre se dedicó a la gastronomía por lo que su destino estaba a medio escribir. “Yo nací en una cocina”, nos dice bromeando. Ya desde chico su vida estuvo atravesada por distintos trabajos gastronómicos y así fue como empezó a nacer dentro suyo la idea de tener un local. Pero no fue tan rápido, sino que primero se dedicó a estudiar. Andrés estudió  geología y durante algunos años ejerció su labor. En 2009 surgió una crisis respecto a esta rama, donde él se vio afectado y quedó desempleado. Este momento fue el puntapié para emprender en lo que siempre lo había acompañado, la gastronomía.

Cuando quiso emprender y hacer su propia birra, se lo tomó en serio. “Si lo vamos a hacer, vamos a hacerlo bien” se dijo a sí mismo, e hizo un curso intensivo en Córdoba.

Sabemos que al principio nada es fácil y esto no es la excepción. “Con el tiempo nos fuimos vinculando con otras cervecerías y aprendiendo de ellos” explica Andrés sobre la curva de aprendizaje que tuvieron.

“Hacer birra es cocinar, básicamente. Y cuando ves que alguien prueba tu birra y cierra los ojos disfrutándola, es muy lindo”, nos cuenta al respecto de su exigencia con la calidad. Andrés llega al bar y cata directo de la misma canilla de la que se le sirve a los clientes para poder corroborar que la calidad sea la correcta. “Si una birra no me gusta, se desconecta el barril y vuelve para la fábrica”. 

Wirko ganó 3 campeonatos de la “Copa Argentina de Cervezas” y eso también es algo de lo que la gente que los consume está orgullosa. De todos modos, los dueños aclaran: “nosotros no hacemos birra para ganar, hacemos birra para la gente”.

Por debajo de la mesa nos deslizan que existe la posibilidad de un nuevo local, de birras nuevas y además incorporaron a su carta un gin artesanal, obviamente elaborado por ellos.

Si nunca probaste una cerveza de ellos, no lo dudes mucho. Te podes acercar al local o ir al Parque de Mayo, que los fines de semana está el carro para poder disfrutar al aire libre. Y si estás atravesando un proceso difícil, en el que las cosas cuestan y la duda se hace presente, quizá un vaso de birra te sirva para despejar, caminar un rato y voltear a ver una frase escrita en alemán,Wir Können, que cuando preguntes qué significa te va a servir para repetírtela como un mantra: nosotros podemos.

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