Por Diego García.
Publicación: julio 23, 2021.

Tiempo de lectura: 6 minutos

 

Un café chiquito, que sabe lo que hace y que quiere ofrecer variedades originales para enriquecer la vivencia cafetera de la ciudad. Así podríamos describir a Goethe, el café ubicado en Dorrego 89 que abrió sus puertas hace poco menos de un año y ya se ha instalado como un lugar de referencia para quien busca una experiencia distinta. 

Me gusta mucho ver que viene gente joven a probar los distintos cafés, e incluso se van dando recomendaciones entre ellos para disfrutar de cada variedad, cuenta Maxi Arreche. Él es uno de los tres dueños de la propuesta, junto a su hermano Ariel, y a Matías Bersellini. Entre los tres, inspirados en locales que conocieron en distintos viajes motivados por el fútbol, idearon este espacio. No pretenden estar atiborrados de gente; más bien ofrecen pocos lugares, para generar una experiencia de disfrute y degustación.

En el lugar destacan los sillones rojos de la vereda, desde donde se tiene una vista privilegiada del Teatro Municipal. Maxi ansía —todos ansiamos— que la principal sala de la ciudad vuelva a abrir sus puertas pronto, ya que Goethe fue pensado en ese lugar para que los espectadores del teatro, al salir o antes de entrar, tuvieran una propuesta de gran calidad para disfrutar de un café.

Son quince, hoy por hoy, las variedades de café que se pueden encontrar en el local. Hay para todos los gustos y el equipo está listo para asesorar en lo que cada comensal esté buscando. Algunos vienen pidiendo que los sorprendamos y otros ya saben qué buscan, dice Maxi. El paladar bahiense está, por lo general, más acostumbrado a las variedades brasileñas. Pero en Goethe también hay café de Colombia, México, Costa Rica, Guatemala, Ecuador, Vietnam y Etiopía. La carta especifica las notas de cada uno, por lo que vale la espera dedicar un rato a elegir o consultar por lo que cada quien prefiera probar. 

Desde elpancito nos gusta hacer una pregunta: si una persona pasara por única vez por Bahía y quisiera tomar un café en Goethe, ¿qué le recomendarías? Frente a esto, Maxi dice que estaría entre dos opciones: el colombiano Inza Cauca o el etíope Yrgacheffe. La casa recomienda, para conseguir el sabor más auténtico, probarlo expresso (cortito, probablemente más corto de lo que estamos acostumbrados) y sin azúcar. Eso permitirá entrenar el paladar para encontrar todas las notas que cada variedad ofrece. 

Como el protagonista es el café, el cartel del local ni siquiera dice “Goethe”. La G basta como identificación, escoltada por la expresión poetas del café en español y en alemán (kaffee dichter). Por eso también acá la comida es un acompañamiento, las porciones son suficientes para que la estrella siga siendo el café, dice Maxi. Como es de esperar, buscan que la comida sea de gran calidad. Así, en el local se pueden encontrar productos de emprendimientos que ya hemos conocido en elpancito, como Pan de Garage y Bacano, y de otros que esperamos visitar pronto, como Sacame el Antojo y Vaka, una propuesta buenísima de repostería vegana. Siguiendo con la sugerencia para el visitante que por única vez pasa por Bahía y elige a Goethe, Maxi dice que al café lo acompañaría con un alfajor de chocolate relleno de chocolate blanco y frutos rojos, una de las delicias que les provee Sacame el Antojo. 

Hicimos una gran inversión en la máquina de café porque queríamos ofrecer con libertad las variedades que a nosotros nos gustaban y que salieran bien, cuenta Maxi. En general, las cafeterías eligen una marca de café y es esa misma marca la que les provee la máquina (corazón del negocio), con la obvia condición de que ofrezcan sus productos exclusivamente. Goehte quería estar libre de esa condición para poder explorar y ofrecer lo que realmente agregara valor a la propuesta. De hecho, fuentes expertas de elpancito han opinado que estos poetas son los que mejor café están sacando hoy por hoy en la ciudad. Probar para creer. 

Goethe se llama así en honor al escritor alemán cuyo gusto por el café y correspondientes desvelos nocturnos impulsaron a que un científico de apellido Runge descubriera las propiedades estimulantes de la cafeína. En el local se pueden consultar libros (de Goethe y de otros autores) y desde las redes el café ofrece sugerencias de música, arte y literatura para quien busca complementar la bebida con un momento de disfrute y conocimiento. Si mirás los libros que tenemos, vas a ver que tienen señaladores: son de clientes que vienen regularmente y van leyendo el material que tenemos en el local, cuenta Maxi. La comodidad del local y especialmente de los sillones de la vereda, invitan a quedarse a disfrutar.

La propuesta de los poetas del café es distinta. Recomendamos ir con tiempo, para disfrutar del rato y varias veces para probar muchas opciones. Está abierto todos los días: de lunes a sábado de 8 a 20.30 y los domingos de 10 a 20.30. Yendo, probando y conversando, el paladar crecerá, conocerá más y aprenderá a disfrutar cada una de las notas que esta deliciosa bebida tiene para ofrecer

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Por Diego García.
Publicación: noviembre 6, 2025.

Tiempo de lectura: 5 minutos

Un local nombrado en honor a su producto estrella. Un producto con más de 190 años de historia. Mística por el secreto de su receta. 30.000 unidades diarias. Un único punto de venta. Una empresa familiar, con más de 200 empleados dedicados a ofrecer, día a día, la delicia lisboeta por excelencia. Les damos la bienvenida a Pastéis de Belém.

El pastel de Belén es un dulce portugués que consiste en una canastita de hojaldre finísimo, relleno de una crema pastelera y, según indica la tradición, espolvoreado con canela justo antes de comerlo. El original es este y es una marca registrada de este sitio que comenzó a venderlo allá por 1837. Cuenta la historia que la receta nace en el monasterio de la orden de los jerónimos, Santa María de Belén, vecino de la pastelería. En el contexto de la revolución portuguesa de 1820 que puso fin a la monarquía absoluta de este país, el monasterio cerró. El panadero de los monjes, ahora sin trabajo, vendió entonces su receta de los pasteles a Domingo Rafael Alves, comerciante del barrio vinculado con la caña de azúcar. Desde entonces, sobre la receta impera un celoso secreto. “Solo cuatro personas la conocen”, nos asegura Fedra, nuestra anfitriona y supervisora del lugar. 

El proceso de traspaso de la receta, nos dice, se da muy progresivamente a cocineros expertos de la pastelería, a medida que quienes tienen la fórmula van dejando de trabajar. Con esa receta, Pasteis de Belém cocina día a día entre 25 y 30 mil unidades. El récord, nos cuenta Fedra, fue un día que alcanzaron los 58.000 pastelitos. La producción es artesanal, y de eso se ocupa un grupo de unas 25 mujeres que, uno a uno, van fonzando la masa en los miles de pequeños moldes que tiene el sector de producción.  

La máquina que vierte el relleno, nos cuenta Fedra, fue especialmente desarrollada para Pastéis de Belém. Es parte fundamental de un proceso que está preparado para hornear de a 900 pastelitos por vez, en 15 bandejas de 60 piezas cada una. La recorrida por la línea de producción es interesante porque uno siente que está viendo el detrás de escena de un lugar mítico de Portugal. Suma, a esta visita, la amabilidad y predisposición de cada uno de los empleados del lugar. “La mayoría de los que estamos acá trabajamos hace 20 o 30 años”, dice Fedra. Algo bien, sin dudas, hace un lugar que sostiene a su equipo por tiempos largos. 

La visita continúa por los salones donde los clientes pueden sentarse a disfrutar de los pastelitos y de las otras opciones del menú. Estos espacios han ido creciendo en los últimos años y hoy por hoy Pastéis de Belém también agregó lugares de despacho para clientes al paso, además de lo que ellos mencionan como el “mostrador histórico”, el primero que entregó los pastelitos. 

“Lo que buscamos es que los clientes tengan una buena experiencia”, dice Fedra y este notero lo corrobora. Una humilde web gastronómica del fin del mundo escribió, hace unas semanas, para ver la posibilidad de ir a visitar una de las cocinas más icónicas del mundo. Con una amabilidad digna de los grandes, recibimos respuesta e invitación, que se tradujo en una cita perfectamente guiada, en donde Fedra nos orientó paso a paso, mientras en su rol de supervisora atendía pedidos y detalles que su equipo requería al pasar. El cuidado del detalle, como secreto de la hospitalidad. 

Terminamos la visita degustando los pastelitos en el patio del lugar. La sencillez de los ingredientes, la mística del lugar, la atención y el clima portugués hicieron que, efectivamente, viviéramos un momento irrepetible, al cual querremos volver una y otra vez.

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