Julieta Quindimil, sommelier

Por Diego García.
Publicación: diciembre 11, 2020.

Julieta Quindimil, sommelier

“El vino adquiere sentido cuando se comparte”

Entrevistamos a la sommelier indispensable de nuestra ciudad. Julieta nos cuenta su mirada sobre el vino, el lugar de Bahía en ese escenario y los proyectos que vendrán.

Tiempo de lectura: 8 minutos

 

Bahía Blanca consume mucho vino y tenemos muchas vinotecas: con unos 60 comercios de ese estilo, somos la ciudad con más proporción de vinotecas por habitantes del país, cuenta Julieta Quindimil, la sommelier que desde hace más de doce años trabaja para que nuestra ciudad gane relevancia en el escenario nacional de la bebida derivada de la uva. 

Comenzó estudiando gastronomía. Pero al cursar una materia con Diego Córdoba, un referente del sector vitivinícola, me di cuenta de que era un camino apasionante para hacer en Bahía. Empecé a estudiar, a hacer eventos y noté que era una pasión arrolladora, dice. En nuestra ciudad descubrió un nicho inexplorado, con mucha gente con grandes ganas de aprender y pasarla bien, en un contexto de mucho crecimiento de la industria. 

Así llegó a fundar, en 2011, la consultora Saber Beber, desde donde realiza asesoramiento a restaurantes, vinotecas, distribuidores y bodegas. Organiza, además, una gran cantidad de eventos entre los que ella misma destaca el Bahía Top Tasting (una cata a ciegas para más de 150 personas, de más de 40 vinos diferentes) y el Wine&Festival, la primera feria de vinos enfocada exclusivamente en el público millennial de Bahía Blanca y la región. Ambos eventos tienen mucho para crecer y en 2021 los retomaremos, luego de la pausa obligada de este año, destaca. Además, realiza cursos que van de cuatro encuentros hasta tres meses, el ciclo Somme en Casa (que reúne a quince alumnos en su casa alrededor de una mesa con comida y buenos vinos) y un trabajo incesante de divulgación en redes sociales: este año pude crecer mucho en ese aspecto y llegué a duplicar los seguidores en Instagram.

 

Hábitos de consumo diferenciados

Los millennials, en Instagram, constituyen uno de los dos grandes grupos de seguidores que tiene Julieta. Yo trabajo mucho con la generación X (que tienen hoy hasta 50 años) y con los millennials (jóvenes de entre 25 y 35 años, aproximadamente). Son grupos bien diferenciados, con hábitos de consumo propios. La generación X está bebiendo mucho vino de autor, vinos de bodegas boutique, con partidas limitadas. Los millennials, en cambio —que me han enseñado mucho—,  buscan vinos frescos, afrutados y muy instagrameables (tales como los blancos y especialmente los rosados). Además, buscan mucho por el diseño de las etiquetas y quieren probar todo; cambian mucho, no son cautivos de una bodega como quizás sí lo son los mayores de 50, que tienen un consumo más tradicional

Ese escenario, cuenta Julieta, es propicio para el desarrollo de microterruños vitivinícolas, un fenómeno que se viene dando con mucha fuerza en toda la provincia de Buenos Aires y en muchos puntos de todo el país. Al querer probar cosas nuevas y diferentes, los pequeños viñedos generan productos ideales para esa expectativa, explorando el desarrollo de diversas cepas en distintos puntos del mapa. 

 

Escenario actual y perspectivas

Nuestra zona comenzó a presentar interesantes desarrollos vitivinícolas en los últimos años. Los espumosos de Bodegas Saldungaray son de los mejores del país, y la gente no lo sabe. Junto a ese emprendimiento, destaca la bodega Al Este, de Médanos; Costa y Pampa, de Chapadmalal y Mil Colores, de Pringles. 

En Bahía Blanca, dice, hay dos grandes vinerías que sorprenden a locales y a foráneos por la variedad y cantidad de etiquetas. Al Palacio del Vino he llevado a colegas de Buenos Aires que no podían creer encontrar vinos que en Capital no. En plan de destacar, menciona también al emprendimiento Musa vinos de autor, que investiga, busca y trae etiquetas realmente únicas. Suma, en tercer lugar, la propuesta que está desarrollando Martín Abenel en Punta Alta, quien adquiere uvas de distintos viñedos de Buenos Aires y Río Negro y produce vinos naturales, orgánicos, que son tendencia en muchos mercados del mundo. 

Hoy en Argentina hay un escenario en el que tenés un vino mejor que el otro. Desde que se comenzó a aplicar agrotecnología a la industria, encontrás muchos vinos muy buenos. Hay un rango de precios, entre los $500 y los $700, que es el más competitivo del mercado y en donde encontrás vinos excelentes, dice Julieta. La industria, cuenta, ha crecido mucho en los últimos diez años y lo hará aún más en los próximos diez. Lo que necesitamos son políticas que fomenten que nuestros buenos productos se conozcan en el exterior y se exporten

El criterio del precio es válido para el momento de elegir un vino. No es el único, pero es un indicador importante. Hay otros que tienen que ver con lo que cada uno quiere probar: yo recomendaría que se animen a probar todo. Luego lo que importa es el momento en el que se disfruta el vino. 

Desde esa óptica, del momento, es que Julieta elige “sus favoritos”.  Tengo como vinos favoritos los que representaron momentos en mi vida que han sido bisagra. Hay un vino Doña Paula que para mí representa el amor, porque fue un momento de encuentro con quien hoy me acompaña en la vida, cuenta. Otro vino, Nicolás Catena 2004, firmado y regalado por el mismísimo Alejandro Vigil, coronó el final de un viaje inolvidable con amigos y, al probarlo, nos emocionamos hasta las lágrimas por lo que ese viaje y ese vino representaron.

Claro, el vino es una bebida social. Adquiere sentido cuando se comparte, cuando representa un momento. Mis vinos favoritos son todos los que pruebo en circunstancias de felicidad: es el vino que me regala el momento de encuentro con la gente querida. Menciona que el consumo de vino en nuestra ciudad —y también en el resto del país— es mayoritariamente nocturno y social. Se disfruta lentamente, pausadamente e intensamente, de noche.

 

Sueños y desafíos

Yo sueño con una Bahía Blanca que tome más vino. Quiero que haya cada vez más gente disfrutando de encontrarse con otros, tomando vino. Los jóvenes son grandes bebedores de vino. No es cierto que sean solo cerveceros. Toman mucho gin, mucho fernet, mucha cerveza y mucho vino. Toman de todo menos whisky. Entonces veo que cada vez van a aparecer más eventos que nos posicionen en el mapa nacional del vino, y ese es mi objetivo: que Bahía sea conocida a través de esta bebida. Julieta suma que, además, quiere que haya más mujeres comunicando vino y, ojalá, más viñedos. Hoy se puede hacer un terruño en prácticamente cualquier lugar. Acá en Bahía, en el desarrollo de La Huella, estamos haciendo un microviñedo. Costará, pero es posible. 

En la ciudad lo que estamos necesitando es que el consumidor se anime a exigir, probar y sostener propuestas diferentes. Por ejemplo, el mismo concepto de las cervecerías (de distintas canillas para servir fraccionado) puede adaptarse perfectamente al vino y se hace en muchas ciudades, con gran éxito, dice. Eso sería incluso más fructífero si, como consumidores de gastronomía, apoyamos también a los que levantan la cresta y se animan a lo diferente, a la alta cocina.

El vino, que es pasión, algo de snobismo pero ya no tanto, y encuentro, tiene en Bahía Blanca una referente de talla internacional. Julieta Quindimil, sommelier, miembro de la Asociación Argentina de Sommeliers (AAS) y miembro fundacional de la Asociación de Mujeres del Vino y Afines de la Argentina (A.MU.V.A)., está dispuesta a llevarnos a la escena argentina con el vino como bandera. Su vida, sus proyectos y su corazón pasan generosamente por ahí. Marca tendencia, entusiasma a quienes se le acercan y los suma a todos al infinito mundo vitivinícola.

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El origen de Pascuala está en el gusto de Juan por la cocina, desde el hobby y lo amateur. “Soy autodidacta; a partir del emprendimiento empecé a hacer algunos cursos para conocer y mejorar técnicas”, nos cuenta. Pero la base estaba, ya, en otro lado. Nombra a dos mujeres como referentes de su cocina: “yo vengo de la onda de Doña Petrona”, dirá primero, y luego, “Pascuala se llama así por mi bisabuela, una mujer súper disruptiva, que con poquísimos ingredientes hacía platos buenísimos”. Y es curioso que, sin conocer a su bisabuela y quizás sin haber leído nunca el libro de Doña Petrona, el lector ya tiene, en este momento, una intuición de cómo es el estilo de cocina de Juan. La fuerza de las raíces que nos dan identidad. 

Hoy Pascuala es un emprendimiento que ofrece servicio de catering para eventos familiares, de amigos y también corporativos. Se posicionó rápidamente como una opción diferente, original, y nos interesaba saber dónde estaría el secreto. Juan lo dijo, sin vueltas: “escuchamos lo que el cliente quiere para su evento”, y suma “yo no quería un emprendimiento de menú fijo, por eso me reúno con el cliente, escuchamos, vemos si es de día, de noche, qué decoración va a haber, de qué se trata el evento, qué les gusta… y a partir de ahí diseñamos la propuesta”. Dice “diseñamos” y no se refiere solo al diseño de la cocina. Trabaja, en su equipo, con una amiga que es quien se ocupa de ayudar a pensar en los aspectos estéticos que hagan a la experiencia del evento: desde la vajilla, hasta el vestuario de las personas que brindan el servicio. “Si resonamos con el cliente, podemos crear algo muy lindo juntos”, dice. 

Varias veces, durante la charla, Juan usa la expresión media rosca de tuerca más. Me llama la atención, porque me suena distinta de la frase que se usa comúnmente. Pero sigo. Nos cuenta del buque insignia de Pascuala, el rogel, ese postre argentino que intercala capas de masa con dulce de leche y se corona con una generosa cantidad de merengue italiano: “es como mi musa. Primero porque me encanta, pero después porque tiene algo de simple, de versátil, de rústico, de elegante… todo junto, que me parece que lo hace único… además, lo hago con media rosca de tuerca más”. Otra vez esa metáfora. Más adelante probaré de empezar yo la frase, para ver cómo la termina, solo para cerciorarme, y ahí está otra vez: “media rosca de tuerca más”. 

Busco, mientras escribo, y confirmo mi sospecha: la frase original es “una rosca (o vuelta) de tuerca más”. Pero Juan habla de media. Como afirmando que ese pequeño giro tuviera lo suficiente para destacar. Como subrayando que a veces no necesitamos grandísimas innovaciones, que apenas con la sutileza de media rosca de tuerca, podemos hacer la diferencia para que nuestro producto y nuestro servicio sea, de verdad, diferente al resto y resalte sin perder la esencia. Por ahí, creo, va el uso que hace Juan de ese dicho. Ese plus sutil lo llevó a participar en el evento que los cocineros más importantes de Argentina organizaron a beneficio de Bahía, como representante local en ese picnic. Esa es una de las muchas otras sorpresas que la vida le va proponiendo en este recorrido.

No lo dice explícitamente, pero es claro en su relato que la llegada de Pascuala es fruto de un antes y un después en su vida. Algo (varios “algos”) se rompió, decantó y abrió la puerta para esto nuevo, en donde, en sus propias palabras, “confluyen todas las cosas que yo soy”. Esencia, búsqueda, elemento. Seguramente por acá vaya el quid de la cuestión… encontrar, en estas búsquedas en las que todos estamos, los caminos en los que sentimos que confluye eso que nos apasiona con eso en lo que somos buenos y que, también, puede convertirse en nuestro medio para ir transitando por la vida. Las puertas de Pascuala se abran y vemos eso, con olorcito a cocina bien rica.

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