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Hay lugares que no buscan llamar la atención. Lugares que, más bien, parecen esperar a que uno llegue en el momento justo, con el ritmo adecuado, como quien baja el paso después de un viaje largo. RestauraciOM, en Villa Ventana, tiene algo de eso: la sensación de haber encontrado un proyecto que no grita, sino que respira.
Este cronista llegó un día de esos en los que la luz cambia cada veinte minutos, de nublado a soleado sin mucha escala. La Villa estaba silenciosa, susurraba. Y ahí estaban Ezequiel y Ludmila, esperando en este espacio único, moderno, que se siente nuevo y a la vez inevitable. Se instalaron acá después de años de vida intensa entre el Gran Buenos Aires y la Capital, pero la palabra “mudanza” no alcanza: lo que hicieron parece haber sido una migración. Hablan de una decisión de ir hacia un ritmo distinto, más conectado con la tierra, con el origen, con el tiempo que necesita cada cosa para ser.

Todo acá tiene una lógica de proceso, no de mercado.
En RestauraciOM se habla mucho de masa madre, pero no como moda. Es más bien un hilo conductor. Ezequiel lo explica sin forzar épica: la harina que usan la muelen ellos mismos en su propio molino de piedra; el grano viene de productores locales o de campos donde todavía se siembra sin apuro; la fermentación no se controla, se acompaña.
Es, literalmente, fermentación lenta. Pero también es una forma de mirar el mundo.
El pan sale los viernes para los clientes de la villa que ya saben qué esperar. Pero ese viernes empieza varios días antes: refrescos de masa madre, mezclas de granos, pruebas, tamices, descansos. La harina nunca es exactamente igual a la semana anterior. Y ellos tampoco. Todo cambia, todo se ajusta, todo se escucha.
Cocinar ahí es cocinar con lo que el entorno permite. La propuesta gastronómica ocurre por capas.
Pan. Noches de pizzas naturales. Cenas especiales. Fermentos. Quesos. Embutidos. Vinagres. Vinos propios hechos en vendimias compartidas.
Pero no es un “menú”. Es un ecosistema.
La huerta —que poco a poco irán convirtiendo en un bosque sintrópico— funciona casi como un ensayo permanente: especies que se protegen entre sí, raíces que quedan para alimentar la tierra, hojas que cubren, plantas que toman el lugar de otras sin pedir permiso. Una agricultura que se deja llevar, con la mínima intervención humana.
Lo mismo pasa con los vínculos: vecinos que juntan pasto para compost, escuelas agrarias que venden su leche, productores que se vuelven aliados, semillas que viajan desde distintos campos de la zona, uvas criollas traídas de manos amigas.
Todo se integra, incluso con la práctica del yoga, que es parte de la vida de lugar. Esa integración se nota en la charla, en la pasión con la que narran este espacio.
La cocina está a la vista. Las noches de pizza, Ezequiel estira la masa delante de todos. Ludmila atiende con una calma que contagia. No hay esa ansiedad urbana por sacar platos rápido ni esa obsesión por el turno exacto. La experiencia sucede a su propio ritmo. Y la gente lo entiende. Una pareja que llega “temprano para irse temprano” termina yéndose casi a medianoche. Pasa porque el clima del lugar invita a quedarse, a masticar más lento, a conversar distinto.
Las pizzas —para decirlo simple— son un viaje. No responden a escuelas rígidas: ni napolitana, ni porteña, ni neoyorquina. Son lo que puede ser una masa mapeada por su harina viva, sus fermentos naturales y la mano que la estira. Los comensales, antes de la pizza que oficia de plato principal, suelen haber probado alguna entrada: embutidos propios, polentas hechas con maíces de colores, vegetales fermentados que se vuelven protagonistas inesperados.
El espacio también cocina.
La estética importa. Y acá está cuidada sin caer en el artificio. Madera clara, hierro, vidrio, líneas limpias. Una construcción modular que se siente cálida. Una integración con el paisaje serrano tan natural que uno casi olvida que hubo diseño de por medio.
Se respira quietud. Sosiego. Pero también movimiento interno: como si algo estuviera siempre transformándose, fermentando, creciendo.
Hay algo profundamente humano en RestauraciOM: son dos personas haciendo muchísimo, sin perder el sentido de por qué lo hacen. Eligen abrir pocos días porque no quieren perder el control del proceso. Moler, fermentar, cultivar, madurar, cocinar… todo requiere cuerpo. Y también requiere pausa.
Eso, justamente, es lo que vuelve al proyecto tan sólido: la convicción de que la gastronomía puede ser un puente entre la tierra y la mesa, entre el productor y quien come, entre la técnica y la emoción.
Si tenés la oportunidad, pasá. Villa Ventana no queda de paso: se elige. Y RestauraciOM también se elige. Si estás por la zona, pasá a conocerlos. Y si no, seguí sus iniciativas en Instagram, porque cada vez que abren una noche de pizzas, una cena por pasos o una nueva producción, lo anuncian ahí.Hay proyectos que se cuentan solos. Y hay otros que, antes de contarse, se escuchan.
RestauraciOM es de esos.
@elpancito_ar ✨¿Y si el mejor plan es bajar el ritmo? En Villa Ventana hay un lugar que no grita: más bien respira. RestauraciOM es pan vivo, y una forma de cocinar que sigue el pulso de la tierra. Acá todo es proceso, calma y conexión. Y sí: se siente distinto. Si estás por la zona, andá. Y si no, seguí su trabajo porque cada apertura es un pequeño ritual. 🍞🔥🌱 #gastronomia #comida #food #foodie #cocina
♬ sonido original – elpancito

