Por Diego García.
Publicación: noviembre 6, 2025.

Tiempo de lectura: 5 minutos

Un local nombrado en honor a su producto estrella. Un producto con más de 190 años de historia. Mística por el secreto de su receta. 30.000 unidades diarias. Un único punto de venta. Una empresa familiar, con más de 200 empleados dedicados a ofrecer, día a día, la delicia lisboeta por excelencia. Les damos la bienvenida a Pastéis de Belém.

El pastel de Belén es un dulce portugués que consiste en una canastita de hojaldre finísimo, relleno de una crema pastelera y, según indica la tradición, espolvoreado con canela justo antes de comerlo. El original es este y es una marca registrada de este sitio que comenzó a venderlo allá por 1837. Cuenta la historia que la receta nace en el monasterio de la orden de los jerónimos, Santa María de Belén, vecino de la pastelería. En el contexto de la revolución portuguesa de 1820 que puso fin a la monarquía absoluta de este país, el monasterio cerró. El panadero de los monjes, ahora sin trabajo, vendió entonces su receta de los pasteles a Domingo Rafael Alves, comerciante del barrio vinculado con la caña de azúcar. Desde entonces, sobre la receta impera un celoso secreto. “Solo cuatro personas la conocen”, nos asegura Fedra, nuestra anfitriona y supervisora del lugar. 

El proceso de traspaso de la receta, nos dice, se da muy progresivamente a cocineros expertos de la pastelería, a medida que quienes tienen la fórmula van dejando de trabajar. Con esa receta, Pasteis de Belém cocina día a día entre 25 y 30 mil unidades. El récord, nos cuenta Fedra, fue un día que alcanzaron los 58.000 pastelitos. La producción es artesanal, y de eso se ocupa un grupo de unas 25 mujeres que, uno a uno, van fonzando la masa en los miles de pequeños moldes que tiene el sector de producción.  

La máquina que vierte el relleno, nos cuenta Fedra, fue especialmente desarrollada para Pastéis de Belém. Es parte fundamental de un proceso que está preparado para hornear de a 900 pastelitos por vez, en 15 bandejas de 60 piezas cada una. La recorrida por la línea de producción es interesante porque uno siente que está viendo el detrás de escena de un lugar mítico de Portugal. Suma, a esta visita, la amabilidad y predisposición de cada uno de los empleados del lugar. “La mayoría de los que estamos acá trabajamos hace 20 o 30 años”, dice Fedra. Algo bien, sin dudas, hace un lugar que sostiene a su equipo por tiempos largos. 

La visita continúa por los salones donde los clientes pueden sentarse a disfrutar de los pastelitos y de las otras opciones del menú. Estos espacios han ido creciendo en los últimos años y hoy por hoy Pastéis de Belém también agregó lugares de despacho para clientes al paso, además de lo que ellos mencionan como el “mostrador histórico”, el primero que entregó los pastelitos. 

“Lo que buscamos es que los clientes tengan una buena experiencia”, dice Fedra y este notero lo corrobora. Una humilde web gastronómica del fin del mundo escribió, hace unas semanas, para ver la posibilidad de ir a visitar una de las cocinas más icónicas del mundo. Con una amabilidad digna de los grandes, recibimos respuesta e invitación, que se tradujo en una cita perfectamente guiada, en donde Fedra nos orientó paso a paso, mientras en su rol de supervisora atendía pedidos y detalles que su equipo requería al pasar. El cuidado del detalle, como secreto de la hospitalidad. 

Terminamos la visita degustando los pastelitos en el patio del lugar. La sencillez de los ingredientes, la mística del lugar, la atención y el clima portugués hicieron que, efectivamente, viviéramos un momento irrepetible, al cual querremos volver una y otra vez.

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Por Camila Colombi.
Publicación: noviembre 3, 2025.

Tiempo de lectura: 4 minutos

En un rinconcito de la ciudad de Bahía Blanca se encuentra Rústico Panes. Se inauguró el 15 de febrero del 2025 pero nació de la iniciativa de dos amigos hace bastante tiempo: Bruno, panadero y psicólogo, y Julián Martín, diseñador e ilustrador, quienes unieron sus talentos para crear un lugar único.


“Estábamos haciendo un laburo y de la nada surgió la idea: yo tenía el espacio, él tenía ganas de cocinar. Compramos las primeras máquinas y comenzó un camino de casi tres años, con todo lo que eso implica”, recuerda Julián. Cada detalle del local refleja su mirada artística: los cuadros que decoran las paredes fueron pintados por él, por amigos o por otros artistas que conoció, mientras que muchos muebles y objetos son reciclados y reconvertidos para darle un sentido distinto al espacio.


La identidad visual también fue un punto clave. El logo —ese personaje en modo gamer bajando a comprar pan— sintetiza la idea de una panadería urbana, contemporánea y sin pretensiones. Panes con harinas poco refinadas, medialunas 100% manteca, las chipepas, la cookie de frambuesa y praliné de castañas o propuestas con pastrón son algunas de las ofertas que invitan a probar algo nuevo sin perder lo cotidiano. “Queremos que la gente pruebe cosas distintas, pero también que se sienta cómoda y disfrute del lugar” Los eventos son otro sello de Rústico. Lo que comenzó como una idea para darle movimiento al local ubicado en Mallea 775, terminó convirtiéndose en encuentros que combinan música, gastronomía y comunidad. “Me gustaba organizar eventos, laburaba de eso, así que lo incorporamos de forma natural. Invitamos a DJs amigos, armamos flyers, jugamos con los nombres: el Mundial de Chipá, el Festival de Medialunas, Primavera Rústico… y la gente se copa”, cuenta Julián.


Una de las anécdotas más recordadas fue durante uno de esos festivales: “hicimos el flyer, armamos la propuesta y de repente había más de 80 personas en la vereda, tomando café, charlando, probando medialunas. Hasta trajeron mantitas de sus casas. No lo pensamos así, simplemente se dio. Y eso está buenísimo.”


La madre de Julian,Silvia, también es socia y una parte activa del proyecto,ella es diseñadora de interiores por lo que también participó y aportó su mirada innovadora al proyecto,hoy atiende el local y coordina gran parte del funcionamiento diario.


El equipo se completa con Lu, a cargo de la pastelería que hace unas mermeladas con productos naturales increíbles, ella hace que todo sea delicioso; Agus, que pivotea entre cocina y atención; Fede, que se sumó sin experiencia pero con ganas de aprender; “cada uno sabe lo que tiene que hacer, y eso hace que todo fluya. Hoy somos un grupo que se complementa y se lleva bien, y eso también se nota en la experiencia de los clientes”, aseguran.


Rústico Panes no es solo una panadería: es un punto de encuentro donde la comida, el arte y la gente se mezclan con naturalidad. Un espacio que nació entre amigos y se sostiene con trabajo, creatividad y ganas de hacer algo distinto, sin perder la simpleza que lo hace tan propio.

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