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Creo que no hay nada más lindo que recordar los momentos de felicidad cuando era apenas un niño. La mayoría sucedieron en mi escuela primaria, aunque hay un detalle de esos recuerdos que desbarata toda la ilusión que cargaba. Recuerdo el sonido del timbre avisando que llegó la hora de irme, los cierres de las cartucheras y las mochilas componiendo una especie de armonía, las risas y las preguntas que surgían en ese camino hacia el descanso y saber que, si me buscaba mi papá, iba a comer un alfajor con jugo. Llegaba, entonces, el momento de mayor tensión: decidir qué alfajor comería. La vida, a mi corta edad, ya me había enseñado lo que es una desilusión: ninguno, para mi joven paladar, traía la suficiente cantidad de dulce de leche.
Si te pasaba lo mismo que a mí, te vengo a contar que existe un lugar donde los alfajores son tratados como dioses y dan pena comerlos. Este lugar es “Alfajorería”.
Alfajorería es un emprendimiento familiar llevado a cabo por dos hermanas, Melody y Ayelen. La idea surge de un viaje familiar hecho a Mendoza, donde descubrieron alfajores muy distintos de los comerciales. La vida siguió, pero la idea quedó. El tiempo dolió cuando su padre falleció y luego, quizás como homenaje, recuerdo o tenacidad por seguir juntas, las hermanas decidieron que ya era hora de arremangarse y dejar germinar aquella idea que se plantó años atrás. El primero de mayo de 2024 comenzaron y le mostraron a Bahía sus hermosos alfajores.
Hablemos de los sabores, que con tan solo leerlos se nos grafican en nuestras mentes como delicias irresistibles: tienen alfajores de marroc casero, de Ferrero, de Kinder y Bonobon. Pero no todo es golosinas. La lista sigue, con variedades de capuccino, reducción de malbec, red velvet, coco, merengue y, por supuesto, los clásicos con dulce de leche en abundancia bañados en chocolate negro o blanco. Como no puede faltar el alfajor más argentino del mundo, también podés pedirles a Melody y Ayelén un buen alfajor de maizena.
Hoy no tienen local propio. Las encontramos en su Instagram y también en las ediciones de El Galpón “mientras el calor lo permita”, nos dicen. Su sueño es poder llegar a tener un local donde ofrecer un café, alguna torta y obviamente unos buenos alfajores.
Las hermanas se complementan, “Ella es super prolija y ya sabía mucho de pastelería”, dice Ayelén sobre Melody. “Ahora nos conocemos desde otro lugar, tenemos otra complicidad, muchas horas cocinando”, completa la hermana.
La gente suele decir que con amigos y con familia no hay que hacer negocios, pero en este caso, como en tantos otros, podemos ver que funcionan como un engranaje. El producto es hermoso, en todas sus variedades: la cantidad de relleno es para quedarse admirando, la diversidad de sabores es para disfrutar y quedarse en la indecisión, la experiencia es necesaria vivirla.
Quizá hoy mi papá me venga a buscar y pueda ir a comer alfajores con jugo. Pero hoy, sin temor a la desilusión, sabría cuál (o mejor dicho, dónde) elegir.