Por Santino Poloni.
Publicación: mayo 31, 2024.

Tiempo de lectura: 6 minutos

Sabemos que hay diversos medios de transporte como la bicicleta, el auto, el tren o el avión. Han sido innovadores en su época y la muestra de un gran avance para la sociedad. Debido a estos avances en la movilidad, durante años hemos soñado con la posibilidad de poder teletransportarnos o incluso de viajar en el tiempo. ¿Me creen si les digo que en Bahía podemos vivir esa experiencia, y además disfrutar de buena comida? Pasen y lean, pues tuve la suerte de conocer la teletransportación y el viaje en el tiempo en un mismo lugar: Gambrinus.

El clásico Gambrinus es una especie de portal: al atravesar su puerta comenzará un viaje inmediato al 1900, con una estética muy cuidada, con cafeteras antiguas pero en perfecto estado, una imponente caja registradora y los mozos que toman el pedido sin anotar. No hace falta ser muy observador para darse cuenta de que vas a comer bien: son esos pequeños indicios que ya activan las papilas gustativas con ansias de disfrutar. 

El restaurante abrió un 2 de mayo de 1890 por lo que lleva más de 130 años en la ciudad. Si bien hoy se ubica en la intersección de Anchorena y Arribeños, comenzó en Alsina 68 y su primer dueño fue Juan Holms. Luego pasó al alemán Hermman Rempfer, el cual se lo cedió a su sobrino Willy Hiebaum. En 1955 empezaría la gestión de la familia Ortega. El dueño actual es Javier Ortega que, después de varios años de hacerse cargo del negocio, hoy lo vive de una forma más tranquila, dejando su lugar de encargado para estar más distendido. “Un dato curioso es que somos los primeros clientes de Quilmes”, nos comenta Javier. Incluso, si prestamos atención en una de las paredes del local hay una placa en la que se puede leer la insignia de acompañamiento entre ambas potencias.

Anteriormente mencionamos a los mozos como una distinción del restaurante y es que son esos mozos “de antes”, que no tomaban nota y cuya atención te hace sentir especial. “De muchos, fue el primer y el último trabajo” expresa Javier. La relación, al compartir tantos años juntos, va más allá de lo laboral. Javier nos cuenta sobre sus mozos y su familia, y sobre la cantidad de anécdotas que comparte con ellos. Porque si algo le sobra al Gambrinus, además de sabores, son las anécdotas. “Cacho (Castaña) venía, cantaba Garganta con Arena y las señoras se desmayaban” cuenta Javier en una de sus anécdotas. Además del cantante de tango pasaron figuras como Moria Casán, Facundo Cabral, Soda Stereo y Los Piojos, entre otros.

Les dije que el Gambrinus lograba un viaje en el tiempo, pero también te teletransporta. A simple vista estamos en el 1900 argentino, pero con dar un bocado de alguno de sus platos nos transportamos como por arte de magia a Alemania. 

El restaurante comenzó como un bar de origen Alemán e incluso su nombre hace referencia al héroe de las leyendas europeas relacionadas con la cerveza. Las costumbres y los platos típicos nunca se perdieron: podés comer un par con papas —una porción de papas hervidas y condimentadas, y acompañadas por un par de salchichas tipo alemán—, o un chucrut que junto con una cerveza y una mostaza de la casa logran una especie de baile dentro del paladar, como si fuesen fuegos artificiales explotando en nuestras papilas gustativas. Javier nos admite que el proveedor que no puede faltar es el de las carnes, pero que con toda la materia prima es igual de exigente, para brindar el mejor servicio.

Desde chico Javier empezó a trabajar en el negocio con tareas de bodega y limpieza. Así fue pasando por todos los puestos: “me sirvió para valorar, cuando tuve que administrar el local ya sabía como funcionaba todo”, dice.

Gambrinus es historia, tanto para Bahía como para los bahienses. Y es que escuchamos infinidad de anécdotas sucedidas en ese local y con más de una nos emocionamos. Javier es un baúl lleno de anécdotas lindas, es de esas personas que al hablar ya te tienen atrapado. Así mismo, el Gambrinus es un lugar imperdible, que logra combinar su estética y su comida para poder subirte en un viaje del que da pena bajarse. Desde el momento en que abrís la puerta es obvio, aunque no lo sepas, que vas a pasarla bien. Los mozos, la panera, la comida… son todos aspectos que te van empujando al mismo destino: disfrutar.

Si sos de esas personas que han fantaseado con viajar en el tiempo, que dentro de tu imaginación lograste teletransportarte, que al mirar películas de ciencia ficción quedabas anonadado, te cuento que la solución está en Bahía Blanca, en la esquina de Anchorena y Arribeños. Además, no es ningún secreto, porque el Gambrinus, es parte de la historia bahiense.

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El Torito, atendido por la simpática pareja formada por Nilda Santacruz y Mauro Stoessel, ofrece una experiencia única. Él, oriundo de Coronel Suárez, y ella, de Buenos Aires, se conocieron en Barcelona en tiempos difíciles, durante la crisis del 2001 en Argentina. Luego de acumular experiencia en el extranjero, decidieron regresar a su país, comenzando su aventura en la costanera de Buenos Aires antes de llegar a la Comarca hace 15 años. Desde entonces, su propuesta gastronómica ha cautivado a los habitantes y a los turistas que visitan esta hermosa región. “Si un turista nos prueba el primer día de sus vacaciones, seguro que vuelve muchas veces más”, asegura Mauro. 

En El Torito, todo está pensado para ofrecer la mejor experiencia. Los panes utilizados para sus sandwichs son elaborados especialmente por una panadería local, asegurando frescura y calidad en cada bocado: “queríamos que tuviera la textura exacta para que la experiencia del sandwich sea la mejor”, cuenta Nilda. Además, los chorizos son de un tamaño exacto, cuidadosamente seleccionado para garantizar que cada producto cumpla con las expectativas del cliente. Esta atención al detalle no solo se refleja en la comida, sino también en la calidez de la atención, donde cada visita se llena de risas y buena energía.

La oferta no se limita a la bondiola; también se pueden encontrar hamburguesas y choripanes que han sido bien recibidos por la clientela. A cada sandwich se le puede agregar una cantidad de aderezos caseros que bien valen la prueba: desde chimichurri hasta salsa criolla, pasando por berenjenas y otras variantes. La posibilidad de acompañar estos manjares con unas ricas fritas hace que la experiencia sea aún más placentera. Además, para aquellos que buscan alternativas vegetarianas, El Torito propone opciones que satisfacen todos los paladares.

El carrito no solo es un lugar para comer; el entorno ayuda a que todo sea acogedor. Al pie del Cerro del Amor, con el arroyo Sauce Grande de fondo, los dueños de El Torito prepararon un espacio donde poder sentarnos y disfrutar. La decoración, además, incluye una impresionante escultura de un toro, realizada por el artista Ángel Córdoba, de Huanguelén, quien utiliza chatarra para crear obras de arte únicas. Este detalle artístico agrega un toque especial al entorno, convirtiendo a El Torito en un lugar donde la gastronomía se combina con la cultura local.

A El Torito también llegamos gracias a las recomendaciones de los amigos de Jardines del Pillahuinco. Al igual que ellos, creemos que este carrito es una parada obligada en toda visita a Sierra. Ya sea por la calidad de sus ingredientes, la buena atención de Nilda y Mauro, o simplemente por el ambiente divertido, cada visita se transforma en una experiencia memorable.

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