Por Diego García.
Publicación: febrero 15, 2021.

Tiempo de lectura: 4 minutos

¿Cuánto hay que visitar un lugar para poder reseñarlo? Probablemente mucho más de lo que elpancito.ar visitó Bastardo, una cafetería que abrió hace apenas unas semanas y ya está dando que hablar en la ciudad. Por eso esto no es una reseña sino apenas una anécdota, una especie de “pre reseña”.

Como pre reseña, se basa apenas en primeras impresiones que fueron suficientes para habilitar la escritura de estas líneas. Todo estuvo bien. Era una tarde calurosa y la idea era pasar a buscar algo para tomar y seguir. Porque, en rigor, conoceríamos Bastardo el día anterior, para otra entrevista de este blog que finalmente debimos postergar. Entonces queríamos sacarnos la duda de cómo era, ya que sus redes prometen tanto. 

El plural de esta redacción incluye a mi mascota, Sansa, que estaba conmigo al momento de pasar. Yo estaba tranquilo porque había una ventana hacia la calle, entonces no habría problemas con que me atendieran para un take away. Pero Bastardo fue por más: tres mozas, casi al unísono, me aclararon: ¡mirá que podés pasar con ella! Pasamos, entonces, y en la barra yo pedía mientras Sansa se debaja rascar la panza por quien estuviera dispuesto a hacerlo… que no fueron pocos. 

Solo probé un café helado y vi pasar un par de platos que tenían muy buena pinta. Pero, para ser justos, profundizaremos en la comida en una próxima nota. Del café solo puedo decir que estuvo excelente, no solo porque estaba muy bien elaborado sino además por la actitud del barista quien, ante algunas condiciones que yo debía poner para la bebida, rompió la carta (simbólicamente, claro) y me dijo “no te preocupes, lo armamos como vos quieras”. Con su experiencia y mis pedidos, entonces, salió el trago que acompañó el calor de la tarde.

El ambiente de Bastardo es, podríamos decir, palermitano. Hace acordar un poco a Pani, si a alguien le sirve esa referencia porteña, aunque mucho más relajado y mejor. De decoración ecléctica, pisos variados y luces tenues, habilita un espacio novedoso en pleno centro de la ciudad, a media cuadra de la plaza Rivadavia. La carta es amplia porque la invitación a pasar es desde las 8 de la mañana hasta la 1 de la madrugada siguiente. Es decir que hay alternativas de desayuno, almuerzo, merienda, cena y todos los intermedios que cada uno necesite. 

Para sentarse hay opciones en la vereda, en el salón al frente y también en una zona atrás de la barra que sería ideal, según el barista, para las tardecitas y noches. La visita fugaz terminó con una amistosa advertencia: “más vale que la próxima la vuelvas a traer a Sansa”.

Es bueno, para nuestra ciudad, que surjan estos lugares que se animan a propuestas diferentes, que habilitan experiencias novedosas y auténticas, hechas, sin dudas, desde la pasión de alguien que ha soñado mucho con este proyecto. 

Volveremos a Bastardo porque evidentemente vale la prueba completar esta reseña, probar la comida (la carta está disponible en su Instagram) y que a Sansa le sigan haciendo mimos en la panza. 

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Por Diego García.
Publicación: noviembre 6, 2025.

Tiempo de lectura: 5 minutos

Un local nombrado en honor a su producto estrella. Un producto con más de 190 años de historia. Mística por el secreto de su receta. 30.000 unidades diarias. Un único punto de venta. Una empresa familiar, con más de 200 empleados dedicados a ofrecer, día a día, la delicia lisboeta por excelencia. Les damos la bienvenida a Pastéis de Belém.

El pastel de Belén es un dulce portugués que consiste en una canastita de hojaldre finísimo, relleno de una crema pastelera y, según indica la tradición, espolvoreado con canela justo antes de comerlo. El original es este y es una marca registrada de este sitio que comenzó a venderlo allá por 1837. Cuenta la historia que la receta nace en el monasterio de la orden de los jerónimos, Santa María de Belén, vecino de la pastelería. En el contexto de la revolución portuguesa de 1820 que puso fin a la monarquía absoluta de este país, el monasterio cerró. El panadero de los monjes, ahora sin trabajo, vendió entonces su receta de los pasteles a Domingo Rafael Alves, comerciante del barrio vinculado con la caña de azúcar. Desde entonces, sobre la receta impera un celoso secreto. “Solo cuatro personas la conocen”, nos asegura Fedra, nuestra anfitriona y supervisora del lugar. 

El proceso de traspaso de la receta, nos dice, se da muy progresivamente a cocineros expertos de la pastelería, a medida que quienes tienen la fórmula van dejando de trabajar. Con esa receta, Pasteis de Belém cocina día a día entre 25 y 30 mil unidades. El récord, nos cuenta Fedra, fue un día que alcanzaron los 58.000 pastelitos. La producción es artesanal, y de eso se ocupa un grupo de unas 25 mujeres que, uno a uno, van fonzando la masa en los miles de pequeños moldes que tiene el sector de producción.  

La máquina que vierte el relleno, nos cuenta Fedra, fue especialmente desarrollada para Pastéis de Belém. Es parte fundamental de un proceso que está preparado para hornear de a 900 pastelitos por vez, en 15 bandejas de 60 piezas cada una. La recorrida por la línea de producción es interesante porque uno siente que está viendo el detrás de escena de un lugar mítico de Portugal. Suma, a esta visita, la amabilidad y predisposición de cada uno de los empleados del lugar. “La mayoría de los que estamos acá trabajamos hace 20 o 30 años”, dice Fedra. Algo bien, sin dudas, hace un lugar que sostiene a su equipo por tiempos largos. 

La visita continúa por los salones donde los clientes pueden sentarse a disfrutar de los pastelitos y de las otras opciones del menú. Estos espacios han ido creciendo en los últimos años y hoy por hoy Pastéis de Belém también agregó lugares de despacho para clientes al paso, además de lo que ellos mencionan como el “mostrador histórico”, el primero que entregó los pastelitos. 

“Lo que buscamos es que los clientes tengan una buena experiencia”, dice Fedra y este notero lo corrobora. Una humilde web gastronómica del fin del mundo escribió, hace unas semanas, para ver la posibilidad de ir a visitar una de las cocinas más icónicas del mundo. Con una amabilidad digna de los grandes, recibimos respuesta e invitación, que se tradujo en una cita perfectamente guiada, en donde Fedra nos orientó paso a paso, mientras en su rol de supervisora atendía pedidos y detalles que su equipo requería al pasar. El cuidado del detalle, como secreto de la hospitalidad. 

Terminamos la visita degustando los pastelitos en el patio del lugar. La sencillez de los ingredientes, la mística del lugar, la atención y el clima portugués hicieron que, efectivamente, viviéramos un momento irrepetible, al cual querremos volver una y otra vez.

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